(NORA NAVARRO) La belleza de las historias cruzadas estriba en que, cuando sus tramas se hilan bien, revelan ciertos paralelismos entre los resortes humanos que trascienden los tiempos, las culturas y las geografías.
El austriaco Karl Popper escribió que “la historia de la Humanidad no existe; sólo existe un número indefinido de historias de toda suerte de aspectos de la vida humana”. Y esta reflexión preside La familia interrumpida, la nueva novela del escritor mexicano Eloy Urroz, que edita el sello Nocturna en su colección de narrativa Noches blancas.
En febrero de 1938, el poeta sevillano Luis Cernuda se exilia en Inglaterra, apenas unos meses después de que el transtlántico Habana atracase en el puerto de Southampton, con 3.800 niños vascos evacuados de la ciudad sitiada de Bilbao, con la Guerra Civil en la retina y en la espalda. Unas décadas después, en pleno siglo XXI, el cineasta mexicano Luis Salerno se instala en Nueva York, dejando atrás ciudad de México y aferrándose a la promesa y el bullicio de la Gran Manzana como una tabla de salvación, “mas una tabla en el mar embravecido en que su familia se había convertido de la noche a la mañana”.
Así despunta esta intensa novela de 200 páginas, que se ramifica en dos hilos conductores, en dos tiempos y dos países, con dos protagonistas de nombre Luis, que componen una urdimbre de dos tramas en torno al exilio, la paternidad, la homosexualidad, la soledad, la memoria y la búsqueda de uno mismo. Ambas historias se desdoblan en muchas líneas de lectura, que retratan la crudeza de los tiempos de posguerra y la incertidumbre acusada del siglo presente, pero se imbrican con sutileza en los giros con que Urroz engarza y reúne a los dos protagonistas a través del tiempo y la literatura. Los lazos invisibles que unen los universos de Cernuda y de Salerno, descritos con una gran sensibilidad y belleza narrativa, tienen su símbolo principal en ese escalofriante poema Niño muerto, recogido en el poemario La realidad y el deseo, que escribió el primero en homenaje a José Sobrino, un niño soldado de 15 años que muere de leucemia, ante sus ojos, en la residencia de Lord Farrington. “Volviste la cabeza contra el muro / Con el gesto de un niño que temiese / Mostrar fragilidad en su deseo. / Y te cubrió la eterna sombra larga. / Profundamente duermes. Mas escucha: / Yo quiero estar contigo: no estás solo”. Alrededor de sus verso se articulan y despejan las incógnitas de esta novela, como si este poema fuera a un tiempo semilla y desenlace, tanto en la historia de Cernuda como en la de Salerno.
En algunos aspectos, La familia interrumpida encierra muchas concomitancias con la serie argentino-española Vientos de agua, de Juan José Campanella (El hijo de la novia, El secreto de sus ojos), que pasó tristemente de puntillas por la parrilla televisiva española, y que retrata el exilio de un asturiano (Ernesto Alterio) en 1934 a Argentina, y el recorrido inverso de su hijo (Eduardo Blanco) en 2001, en el marco de la crisis económica que asolaba su país. Al igual que esta recomendable serie de Campanella, la novela de Urroz explora el aislamiento, la huida, los dilemas y la búsqueda de uno mismo que comporta el exilio; uno consternado por el asesinato cobarde de Lorca en agosto del 36; otro obsesionado con la revelación de un importante secreto familiar. Al final, la novela pone de manifiesto que, en circunstancias desiguales, nos hermana una relación parecida de deseos y soledades. “Se van perdiendo lazos, se emborronan recuerdos y, para colmo, se fantasea con la vida de los otros, los que se quedaron allá, se imagina uno a las personas queridas, aquello que harán o no harán (...). Por eso, una vez elegido el destierro, conviene plantarse muy bien en el sitio que se escogió”, reflexiona Salerno.
Y aunque en sus páginas pesa una cierta bruma de melancolía, los capítulos están sazonados con interesantes digresiones en torno a Nietzsche, Spinoza, Schopenhauer y Popper que, lejos de plantarse como un ladrillo metafísico, se intercalan en diálogos dinámicos y divertidos entre los personajes, que harán las delicias de cualquier amante de la filosofía. Otro de los aciertos del libro es la cuidada recreación del universo de Cernuda en su exilio en el condado de Oxfordshire, poblado de rabia, susceptibilidades, recuerdos y anhelos; de su desprecio por el maniqueísmo de la guerra; de su abatimiento por las infancias robadas que, como Sobrino, perdieron a sus padres en las bombas en las trincheras. Y de cómo “odiaba el mundo”, mientras “lo único que no odiaba con todo su ser, con toda su alma, era el efímero consuelo de buscar la belleza fugaz y ponerse a escribir, ambos ejercicios baladíes que, aun así, lo aliviaban un rato, las horas en que se sumergía en una hoja de papel y tomaba la pluma”. Precisamente, La familia interrumpida toma prestado el título de la única pieza teatral que escribió Cernuda, lo que la perfila como un homenaje a uno de los mejores poetas españoles del siglo XX.
Un homenaje melancólico pero vitalista, inspirado en la máxima del poeta de que no somos sino “una carta más en el juego” pero, “aunque el reconocerlo así te desazone, no se juega por ti ni para ti, sino contigo y por uninstante”.