(EUGENIO FUENTES) Élisabeth Gille, a quien los lectores más memoriosos recordarán por la espléndida biografía que escribió sobre su madre, Irène Némirovsky, tenía cinco años cuando en 1942 los nazis le arrebataron a sus progenitores. Impresiona imaginar que tres años después Élisabeth se encaminaba cada día a la estación parisina a la que llegaban los trenes con supervivientes de los campos...
Para nada. Como también impresiona imaginar la sensación de desamparo que se debió instalar en su cabeza al comprobar cómo la sociedad francesa lavaba sus culpas de los años de guerra y colaboración con el silencio, el olvido y la escritura de un falso pasado de resistencia. Ese es sin duda el origen de este impresionante y dotado ejercicio de memoria, que arranca con la niña alojada en el dormitorio colectivo del convento de religiosas donde fue acogida. A partir de ahí, y a medida que pasan los años, la historia es el relato de una continua indagación sobre el cómo y el porqué de la innombrable atrocidad y su enmascaramiento.