(ANTONIO J. UBERO) Que la magia es un arte casi nadie lo discute. Basta con contemplar al mago sobre el escenario para comprobar que hace falta una virtud especial para conseguir que el público colabore, sugestionándose convenientemente para que el truco surta el efecto deseado. Pero pocos son los que conciben la magia como una ciencia exacta: el lado más embrujador de las matemáticas. El escritor alemán Daniel Kehlmann, uno de los autores jóvenes más reputados del panorama literario europeo, propone con su nueva novela un auténtico desafío al lector: aceptar que si la magia es fruto de las matemáticas, ha de existir una fórmula para dominar el mundo. Para ello narra la historia de Arthur Beerholm, un joven huérfano a quien su padre adoptivo envía a un internado de lujo, tras la muerte de su esposa fulminada por un rayo.
Allí, el atribulado e impasible Arthur emprenderá una frenética búsqueda del sentido de la existencia que le conducirá a los territorios de lo extraordinario, tanto a través de la religión como de la magia. Obsesionado con las proezas de los grandes maestros del ilusionismo, intentará descubrir los secretos del oficio por todos los medios posibles. Un repentino encuentro con uno de esos grandes magos le terminará por afianzar esa vocación que determinará su vida, con el firme propósito de dominar el poder supremo de la magia y con él controlar la realidad, convirtiéndose en Dios.
Narrado en primera persona y con un curioso estilo epistolar, Kelhmann se sumerge en las profundidades de la mente de su protagonista, para dibujar el retrato de la voluntad llevada a extremos delirantes.
La narración transita entre la densidad de las reflexiones del personaje y la agilidad de una acción marcada por ese empeño por la trascendencia. El autor alemán nos presenta a un personaje rotundo en el que bulle la ansiedad, un ser que se aboca hacia lo desconocido con el propósito de dominarlo en beneficio no tanto de sí mismo como de las fuerzas que le impulsan a buscar ese sentido a la propia existencia del ser humano.
La novela está repleta de pasajes introspectivos, digresiones sobre la naturaleza de la magia y reflexiones sobre la verdadera razón de la vida. Y de esa forma conduce al lector a un terreno insólito en el que fluye lo inesperado. La historia logra así dotarse de un suspense capaz de mantener la atención del lector incluso cuando se adentra por los oscuros callejones de lo abstracto.
La noche del ilusionista es una obra compleja y fascinante que desafía al lector con numerosas cuestiones acerca de lo real y lo prodigioso, estrechando sus fronteras hasta lograr una extraña comunión expresada con insuitada fuerza en su alucinante clímax.
Kelhmann ha conseguido una novela turbadora, enjundiosa y compleja, con la que confirma su gran potencial como narrador capaz de asumir riesgos bien calculados en un relato que no dejará indiferente a nadie.
Carta a alguien que pudo ser y no fue
El relato de La noche del ilusionista está estructurado en forma de larga carta que el protagonista escribe a una mujer misteriosa que forma parte de la fantasía que ha engendrado su delirio de grandeza. A ella dedica su experiencia como si fuese la única persona capaz de entenderla, quizá por ser fruto de su imaginación.