(JAVIER OCAÑA) "Obviamente no entienden su propia naturaleza", escribió William Golding en un pasaje de su clásico
El señor de las moscas. Los chicos atrapados en la isla desierta de la novela, sin compañía alguna de los adultos, conformaban la alegoría perfecta para retratar buena parte de las esencias que nos definen como seres humanos. Inocencia e impulso. Civilización, orden y rebeldía. Un universo, una distopía o utopía negativa, que en los últimos años ha despertado con desigual fortuna en una serie de libros y películas dirigidos al público juvenil que, uniendo entretenimiento y trascendencia, han ido aspirando tanto al negocio como a una cierta educación político-social. Así, tras
Los juegos del hambre y otro buen puñado de sagas en la misma onda, llega la estupenda
El corredor del laberinto,
primera entrega cinematográfica basada en los libros de James Dashner, publicados a partir del año 2009.