(HIDEHITO HIGASHITANI) Se acaba de publicar en Madrid por la editorial Nocturna la versión castellana del libro autobiográfico del insigne japonólogo Donald Keene, titulado Un occidental en Japón. El volumen está basado originariamente en los 41 artículos periodísticos aparecidos en serie en el diario Yomiuri de Tokio, en su edición matutina de cada sábado de enero a diciembre del año 2006, cuando el autor contaba 84 años de edad.
Keene nace en Nueva York en 1922. Siendo estudiante de la Universidad de Columbia, consigue por pura casualidad en una librería de viejo de Times Square la versión inglesa hecha por Arthur Waley del
Genji Monogatari, obra clásica por excelencia de la literatura japonesa, que le llegaría a despertar e infundir un decidido interés por la lengua y cultura de Japón. Después del ataque sorpresa de la aviación nipona sobre Pearl Harbor en 1941 decide estudiar japonés en la Escuela de Lenguas de la Marina norteamericana instalada en la Universidad de California. Para un joven neoyorquino de 19 años, sus sentimientos pacifistas y el hecho de entrar en el ejército no le suponen ningún conflicto interno porque sencillamente “va a aprender japonés”. Atraviesa en tren todo el continente americano de Nueva York a San Francisco tardando cinco días largos en hacer la travesía. Al cabo de once meses termina los estudios en la Escuela en Berkeley y luego es destinado como traductor e intérprete del japonés, sucesivamente, a Hawái, a las Islas Aleutianas, a Filipinas y a China, según el despliegue y el avance del ejército norteamericano hacia el archipiélago nipón.
Estas azarosas vivencias suyas durante la guerra están contadas detalladamente en los primeros doce capítulos del libro, lo que ofrece al lector un interés especial como testimonio directo de la cruenta guerra del Pacífico, vivida por un joven
marine estadounidense y además “pacifista”, que, según sus propias palabras, no podía imaginarse a sí mismo cargando con una bayoneta o arrojando bombas desde un avión. Son interesantes sobre todo algunas anécdotas que se cuentan con ocasión de sus primeros contactos directos con los prisioneros japoneses de guerra, donde se muestra a las claras su personalidad tierna y afable; y junto con ello se observa su incipiente sentimiento de simpatía y de afecto hacia el pueblo japonés.
Después de terminar la guerra, vuelve a las aulas universitarias de Columbia y más tarde pasa unos cinco años en Inglaterra en la Universidad de Cambridge impartiendo clases de la lengua japonesa a los estudiantes británicos. En 1953 consigue por fin el principal objetivo de su vida profesional: estudiar en Japón. Obtiene una beca para estudiar en la Universidad japonesa de Kioto y profundizar sus conocimientos sobre la lengua y cultura japonesas. A partir de entonces empieza a dedicarse de lleno a sus tareas de investigador infatigable de las letras niponas.
La segunda parte del libro —del capítulo 13 al 34— trata principalmente de su estancia en el país del Sol Naciente, de su acercamiento a las costumbres japonesas y de sus contactos personales con las figuras más representativas de la intelectualidad de la época. Llega a tener unos tratos personales muy íntimos con literatos de fama como Jun’ichirô Tanizaki, Yasunari Kawabata (premio Nobel de 1968), Kôbô Abe y Yukio Mishima, por ejemplo. Una parte que nos llama mucho la atención es donde se refiere al suicidio de Mishima en 1970 y al de Kawabata en 1972, respectivamente. A través de su testimonio de primera mano, el autor nos aclara los conflictos internos de cada uno de los dos grandes escritores y los “celillos” mal camuflados de Mishima hacia Kawabata con motivo de la concesión del Premio Nobel de Literatura a este último.
Parece que Keene valoraba a Mishima más que a Kawabata, y su afecto personal a la personalidad de Mishima aparece manifestado claramente en frases como estas: “En cuanto me enteré de que le habían dado el Nobel a Kawabata, me alegré…Sin embargo, me preguntaba qué había hecho que la Academia Sueca se lo diera a Kawabata antes que a Mishima”. Además, ve uno de los motivos más directos del posterior suicidio de Kawabata en lo siguiente: “La muerte de Mishima afectó mucho a Kawabata. Quizá pensara que se había hecho una injusticia, que deberían haberle concedido el premio a Mishima y no a él”. Y concluye citando las palabras del novelista Shôhei Ôoka, quien declaró que “el Premio Nobel había matado a Mishima y Kawabata”.
Pero lo que más impresiona al lector es su penetrante visión de la historia cultural de Japón desarrollada en el capítulo 36. Keene pone toda su atención en la llamada cultura de “Higashiyama” desplegada en el cortísimo período que va de 1483 a 1490, cuyo promotor lo identifica con el octavo
shôgun Yoshimasa Ashikaga, de la época de Muromachi. El autor explica que todas las manifestaciones artísticas y tradicionales del kokoro (corazón) del pueblo japonés tienen su origen precisamente en este periodo, y pone como ejemplo de esta nueva corriente cultural el establecimiento del estilo
Shoin en la arquitectura, el nacimiento del teatro Noh con la escuela de Zeami, la estilización definitiva de la ceremonia del té con Jukô Murata, el desarrollo de la pintura a tinta china con el maestro Sesshû, etc., etc.
Esta visión histórica y cultural ya está desarrollada hasta cierto punto por los historiadores japoneses de antes de la guerra como Kôshirô Haga y otro. Keene expone aquí de forma muy asequible, clara y convincente para los lectores el importante papel que desempeña este periodo cultural en la formación del espíritu tradicional del pueblo nipón. Un análisis meritorio y original, que quizá nos pueda servir de clave para aclarar los misterios de las variadas manifestaciones de la cultura japonesa tradicional.
La versión española está a cargo de José Pazó Espinosa. El estilo conciso y llano de su castellano, con algunas chispas de humor, guarda muy buena consonancia con la finura estilística y con el sentido del humor característicos de Keene. Y a ello habrá que añadir que es de un interés particular la visión del traductor expuesta en el Prólogo en torno a la postura que toma cada pueblo ante su pasado, en especial aquellos países “estado-de-mente” según la original denominación que les aplica Pazó a Japón y a España.
Para terminar, también debemos mencionar a Akira Yamaguchi (Tokio, 1969) por sus magníficas ilustraciones, a veces caricaturescas, que acompañan al texto y que nos recuerdan el estilo pictórico tradicional de Yamato-e o el de grabado tradicional de Ukiyo-e. Yamaguchi —cuyas pinturas en placas de cerámica exhibidas en el aeropuerto internacional de Narita son muy conocidas— deleita al lector con sus ilustraciones de libre inspiración y de excelente calidad artística, realizadas todas con un toque especial del humor fino que le caracteriza.
En fin, un libro ameno y al mismo tiempo lleno de sugerencias para aquellos que quieran acercarse a la peculiaridad distintiva de la sociedad y la cultura del lejano País del Sol Naciente.
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