(JOSÉ PAZÓ ESPINOSA) La primavera en Madrid expande los días. Los cielos se abren de repente, y las pupilas de la tarde se llenan de los reflejos del horizonte velazqueño. Las terrazas —empujadas por la ley antitabaco— asoman a las aceras, y los ojos de quienes se sientan en ellas brillan con anhelos de viaje. ¿Qué mejor hacer en primavera que un viaje? ¿Kioto? ¿Shanghai? ¿Laos? ¿Ubud? Con un mundo turbulento, quizá India no sea una mala opción.
Para los que no podemos acercarnos esta primavera a Darjeeling, Chandigarh o Kerala por prosaicas obligaciones, nada mejor que leer
Mis santas tías, conjunto de relatos de la autora hindú Bulbul Sharma publicado por la editorial Nocturna.
Sharma escribe en inglés y ha publicado antes
The anger of aubergines (“La cólera de las berenjenas”),
Banana-Flower Dreams,
The book of Devi y el
Ramayana for children. Bulbul Sharma escribe con magia —que no es lo mismo que escribir sobre magia—, una práctica extraña en estos tiempos. Ofrece poco de lo que se espera de una autora hindú: no hay conflictos generacionales, muy poca tensión Oriente/Occidente, escasa reivindicación feminista. En cambio, sus cuentos se deslizan por las maravillosas sendas de la anacronía y de la sincera falta de corrección política. El libro trata de mujeres sobre todo. De mujeres casadas siendo niñas, feliz e infelizmente, de mujeres mayores, fuertes, arbitrarias, poderosas, delicadamente débiles y a la vez misteriosamente resolutivas, siempre en busca de algo especial tras la aceptación primera del destino, siempre en brega con hombres inútiles, dóciles, difíciles, locos, ajenos. Las mujeres son seres que están. Los maridos, unas veces tercos como toros hindúes, otras insignificantes como gorriones de alero, revolotean. También hay criados, porteadores, bandidos y santones. Un canto a la extravagancia desde la ortodoxia, un tornasolado cóctel de vida. Un homenaje al clan, a la familia y a los sentimientos de ruptura y de huida de todo ello; a la búsqueda de la individualidad siempre en constante lucha con el grupo. Personajes que a veces resuenan familiares, ibéricos e ibéricas, indoeuropeos de un mundo ido. ¿De verdad ido?
De todos los cuentos, mi favorito es “Una novia niña”. Narra la historia de Mini, una niña casada a los siete años. El cuento se desarrolla con una delicadeza que roza la fantasía y acaba con el sutil final del vuelo de una pluma. Mini, como muchos otros personajes, corre por una casa llena de vericuetos, laberíntica, con tantas sorpresas como una vida. Otros magníficos cuentos son “Las tías y sus dolencias”, “Las primeras vacaciones de R.C.” y “Las pruebas de una tía alta”. Finas lecciones de humor y catarsis para todas las edades.
Lo dicho, si esta primavera no pueden viajar, cojan este libro y siéntense dos o tres tardes junto a una ventana, si es posible con algo de verde o tierra húmeda fuera. Háganlo de ocho a nueve de la tarde, en esa hora incierta de la primavera de Madrid, con una bebida mezclada a base de jugo de quinina o un buen té a mano. Mejor aún si ha llovido algo. Disfruten de la brisa que entra. Y prepárense para sonreír de vez en cuando. Y para soñar entre medias.
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