(RODRIGO FRESÁN) En las páginas que abren «Fuego», Joe Hill (Maine, 1972) le da las gracias a su padre y a Ray Bradbury y a J. K. Rowling. El padre de Joe Hill no es otro que Stephen King -lo intentó, pero no pudo mantenerlo mucho tiempo oculto. Ray Bradbury es autor de la novela flamígera «Fahrenheit 451» cuyo título de trabajo fue «The Fireman» (así se llamaba la versión en inglés de «Fuego»). J. K. Harry Potter Rowling -«cuyas historias me enseñaron a escribir esta», según Hill- es en «Fuego» una de las tantas celebridades que sucumben a la onda expansiva fuera de control de una enfermedad/plaga conocida como «Trichophyton draco incendia» o «Escama de Dragón». ¿Otras víctimas? Barack Obama y George Clooney. Y es posible que Keith Richards haya sobrevivido, porque aguanta lo que le echen y «nos va a enterrar a todos». ¿Síntomas? Muy fáciles de identificar: primero, unas preciosas manchas negras y doradas aparecen en la piel; después, se estalla en llamas. Y -sépanlo- no se salva ni Google. George R. R. Martin ha alabado esta saga, pero en su «canción» no hay hielo sino fuego y más fuego.
Y sí: Hill va armando su carrera dentro del género fantástico como quien va tachando asignaturas en una libreta. A saber: «El traje del muerto» (con espectro sediento de venganza y trasfondo rocker), «Cuernos» (con alegoría diabólica y enamorado poseído), «NOS4A2» (su cumbre hasta la fecha, con suerte de vampiro-psíquico sobre ruedas), los cuentos reunidos en «Fantasmas» (varios de los cuales se inscriben en la estirpe-formato de Richard Matheson & Charles Beaumont popularizados en los episodios unitarios de la televisiva «The Twilight Zone»), y sus guiones para el comic «Lock & Key» (con guiños a los portales interdimensionales de H. P. Lovecraft & Co.). Mientras, su padre se alía con su hermano Owen King para la inminente y distópica «Sleeping Beauties» (transcurre en un futuro próximo en el que las mujeres se han esfumado), lo siguiente serán cuatro «nouvelles» reunidas bajo el título de «Strange Weather» con el hilo común de visiones tecno-climático-distópicas: cámaras de fotos «Made in Silicon Valley» que borran tu memoria, un náufrago en paracaídas varado en una nube sólida, lluvias de astillas de cristal, y defensores de la libre circulación y detonación de armas de fuego.
Hasta entonces, Hill rinde con excelente calificación su entrada en lo que de un tiempo a esta parte viene siendo el subgénero favorito tanto de devotos de lo fantástico y anticipatorio como de escritores «serios» que incluyen a Cormac McCarthy y a Margaret Atwood: el paisaje post-apocalíptico y cómo vivirlo y sobrevivirlo. Sí, va a subirte la temperatura y, no, no es fiebre. La heroína de «Fuego» es una compasiva joven enfermera escolar de Nueva Inglaterra llamada Harper Grayson -Hill, como su progenitor, es un gran escritor de protagonistas femeninas- quien ha detectado esas preocupantes e inflamables marcas en su piel, y cuyo marido escritor está más que dispuesto a arrojarse en brazos de una abrasadora y suicida psicosis. Aún así, Harper no pierde el ánimo y sigue canturreando las canciones de «Mary Poppins» a la hora de poner en orden un caos que va mucho más allá del de una habitación infantil y que abarca al mundo entero. Ha hecho «un Mordor de Maine».
Como en un western, un humeante extraño -John «El Bombero» Rockwood, nacido en Mánchester (Reino Unido) quien ha descubierto que posee el poder extático de controlar sus llamas como si se tratase de un mutante de la Marvel- llega al pueblo. Hay grupos de todavía «sanos» -liderados por una bestia de la extrema derecha conocido como el «Marlboro Man»- quienes culpan de todo a los rusos o al ISIS y han decidido eliminar a los contagiados antes de que quemen todo a su alrededor. Harper descubre que está embarazada y decide que no va a dejar que la extingan a ella o a su bebé.
Lo que sigue es un examen a fondo (como los que llevó a cabo Stephen King en su magistral y canónica «La danza de la muerte» o en la no tan lograda «La cúpula» con referencias más o menos escondidas a las novelas de John Wyndham o a los relatos de Shirley Jackson) de cómo una situación demencial enloquece a las personas y las conduce hasta adoptar actitudes extremas y sin retorno. De ahí, también, que Hill necesite de personajes un tanto arquetípicos en su maldad o un tanto encantadoramente «freakies» en su bondad. Pero lo que se acaba imponiendo es la pericia de Hill para narrar el fin del mundo tal como lo conocemos.
Abundan divertidas y pertinentes referencias al estado (al mal estado) de las cosas. Joe Hill -como King y como Charles Dickens - es un escritor estricta y graciosamente moral y finalmente optimista aún en las peores situaciones. De ahí, la figura invisible pero omnipresente de un narrador que, de entrada, nos advierte de que no habrá final feliz al otro lado de cientos de páginas y de kilómetros recorridos y de que nada volverá a ser como era. Pero que también -ante el hecho y deshecho consumado y consumido- no está del todo mal que mucho y muchos se hayan hecho humo y cenizas y mordido el polvo y, por las dudas, que conste que no lo digo por J. K. Rowling.
Narrativa. Trad: Pilar Ramírez Tello
Nocturna Ediciones, 2017
809 páginas. 24 euros
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