(TXANI RODRÍGUEZ) Reeditan Nicholas Nickleby, una novela con la que el escritor inglés logró frenar los malos tratos en las escuelas, los albergues y los orfanatos de Inglaterra, y La tienda de antigüedades.
Antes de que se concedieran los primeros premios Pulitzer, antes de que se gestara la World Press Photo, antes de los equipos de investigación, antes de casi todo, Charles Dickens, que trabajó en el ‘Morning Chronicle’, ya ejerció, de alguna manera, el periodismo de denuncia. Tanto es así que el mismísimo Karl Marx dijo que el célebre escritor «había proclamado más verdades de calado social y político que todos los discursos de profesionales de la política, agitadores y moralistas juntos». Su compromiso social se puede ilustrar ampliamente, pero la novela ‘Nicholas Nickleby’, publicada entre 1838 y 1839, es un buen ejemplo de la vertiente dialéctica de Dickens. Con esa historia, que a pesar de su dureza no está exenta de pasajes humorísticos e irónicos, consiguió denunciar y detener los malos tratos en las escuelas, albergues y orfanatos de Yorkshire, un asunto que inquietó al escritor desde que un chico que conocía «volvió a casa con su absceso inflamado que su guía, filósofo y amigo de Yorkshire le había provocado con cortaplumas manchado de tinta». Dickens aseguró que aquella impresión no le abandonó jamás y que siempre tuvo curiosidad por aquellas escuelas. Así que, «al disponer de un auditorio», decidió «escribir de ellas» explicó. Se informó sobre el terreno, visitó numerosas aulas y conoció de cerca los modos crueles que luego denunciaría. De hecho, llegó a asegurar que lo que él mismo presenció con sus ojos fue mucho más duro que lo retratado en las escenas de su novela. En el prólogo al libro, Dickens es tajante: «(…) los maestros de Yorkshire eran los más viles y podridos de la escala. Individuos que comerciaban con la avaricia, la indiferencia o imbecilidad de los padres y el desvalimiento de los niños; individuos ignorantes, miserables, avaros y brutales, a los que nadie habría confiado el cuidado de un caballo o un perro».
Pero vayamos ahora a la historia, veamos que Nicholas Nickleby se nos presenta como un joven que, tras la muerte de su padre, acepta trabajar como profesor en una escuela para sacar adelante a su familia. Le sobra ilusión en su cometido, pero no tardará en darse cuenta de que el director del centro –un personaje tan desagradable como creíble– y su mujer han convertido la escuela en algo muy similar a la cárcel, y a los chicos, en las víctimas de sus malos modos. Nicholas, un joven impetuoso que no siempre resulta intachable, se meterá pronto en líos porque no está dispuesto a secundar las órdenes del director: el conflicto, por tanto, está servido. Después de ‘Oliver Twist’ Por esta sátira, que fue escrita justo después de ‘Oliver Twist’, desfilan actores teatrales, usureros, damas con pretendientes pintorescos, caballeros asediados y un sinfín de personajes que apuntalan, en conjunto, una reflexión de calado: el peligro de valorar más el afán de lucro que el de ayudar al prójimo. ‘Nicholas Nickleby’, una novela con la que Dickens cosechó un éxito importante nada más publicarse, regresa ahora de la mano de Nocturna a todas las mesas de novedades, con una nueva traducción íntegra y las ilustraciones originales de Phiz. En todo caso, ‘Nicholas Nickleby’ no fue, por supuesto, la única novela con una notable carga de denuncia que firmó el autor de Portsmouth. Recordemos que su infancia estuvo marcada por la pobreza y que ese hecho configuró su sensibilidad social. Cuando era un niño, y debido al carácter derrochador y alocado del padre, tuvo que dejar el colegio y trabajar en una fábrica de betún. La experiencia duró solo unos meses, porque su familia recibió una herencia, pero le marcó para siempre. Tiempo después, al trabajar como periodista, descubrió que su verdadera vocación era la escritura, no desaprovechó la oportunidad de señalar en su obra distintas injusticias, a menudo soportadas por los más pequeños. Convertido en una de las primeras estrellas culturales globales, Dickens visitó los bajos fondos de Londres y atacó a la sociedad victoriana. «Si quisieran hacerse oír las masas populares como el mar brama en torno a nuestra isla, por mi parte y en lo que a mí concierne, me consagraría en cuerpo y alma a tal movimiento», dejó escrito.
Murió en 1870 y se mantuvo fiel a sus convicciones. En su funeral se distribuyó un epitafio impreso que rezaba: «Fue un simpatizante del pobre, del miserable y del oprimido, y con su muerte el mundo ha perdido a uno de los mejores escritores ingleses». Además de dejar dicho que quería ser enterrado de forma barata y sin ostentaciones –un deseo que se desoyó en parte– estipuló que no se erigiera ningún monumento en su honor; por fortuna, su obra –ese monumento genial– ha sobrevivido a su muerte.
La tienda de antigüedades
Tras ‘Nicholas Nickleby’, la editorial Nocturna ha lanzado ‘La tienda de antigüedades’, otra de las grandes novelas de Dickens. La historia vuelve a una de sus obsesiones: los niños que deben sobreponerse a las circunstancias adversas. En esta ocasión, la protagonista es Nell Trent, una huérfana que vive con su abuelo en una mísera tienda de antigüedades. Abrumado por las deudas –como en su día lo estuvo el padre del autor–, el anciano recurre al malvado prestamista Daniel Quilp, un enano deforme y jorobado, y será a partir de que él entre en escena cuando la niña y su abuelo emprendan un viaje por Inglaterra. Como en ‘Nicholas Nickleby’, la galería de personajes resulta tan nutrida como variopinta: feriantes, carboneros que leen el fuego, maestros, domadores de perros, dueñas de museos ambulantes, dandis con un sentimiento trágico de la vida y ponis –ponis, de nuevo– obstinados. ‘La tienda de antigüedades’, editada por entregas entre1840 y 1841, encumbró definitivamente a Dickens. Tal fue su éxito que los lectores estadounidenses irrumpían en los muelles de Nueva York para pedirle a los marineros que llegaban de Inglaterra noticias acerca del final de las aventuras de Nell y su abuelo.