(MARA MALIBRÁN) Comenzó a trabajar en una fábrica de betún, un lugar infestado de ratas, a los 12 años por un salario ínfimo, en jornadas de más de 10 horas. Charles Dickens tuvo una infancia penosa, pero en ella se gestó su energía creadora y su ideal justiciero. Este libro de 1.175 páginas, estupendamente editado y con una traducción impecable, aunque parezca increíble, se lee de un tirón. A la muerte de su padre, para sostener a su madre y hermana, Nicholas, recomendado por su perverso tío Ralph, se pone a trabajar en el colegio que dirige el villano Squers. Una sátira social conmovedora, que denuncia los malos tratos en colegios y orfanatos.