Plenitud hacia la luz (El Heraldo de Aragón)

15 de diciembre de 2016

(PEDRO BOSQUED) LA NOVELA PÓSTUMA DEL GRAN MAESTRO JULIEN GRACQ, EN NOCTURNA. Al publicarse esta obra en Francia en el 2014, más de uno pensó que ya no tenía completas las obras de Julien Gracq. Y a la verdad irrefutable, le siguió la necesidad de leer este manuscrito encontrado en una maleta. Las tierras del ocaso es obra póstuma, pues; pero no la última. Redactada entre El mar de las Sirtes (obra lanza de Gracq) y Los ojos del bosque, nos hace comprender que es una producción perteneciente a una, por no decir la mejor, de sus mejores épocas creativas.

Escrita en tres veranos, al leerla puede pensarse que el haber sido redactada en esa época del año ha permitido que sea de lo más dinámico de su carrera. Entendiendo por dinámico que la narración es inquieta y progresiva y que los personajes tienen más movilidad que en ninguna de las otras obras de Gracq.

La narración de Las tierras del ocaso -traducida como es habitual en él, de forma suave por Julià de Jòdar- progresa por episodios, fragmentos no demasiado largos en los que el autor no se preocupa por ligarlos. Un espacio en blanco en la página cambia la escena. Y se agradece, porque en esos huecos descansa el pensamiento del lector ante el ritmo hacendoso y fértil del francés. Fértil porque ha conseguido en la obra realizar un suave balanceo entre la historia y el mito. Entre una trama que podría estar en la Edad Media o en medio de cualquier edad. Las pesadillas de la noche y el amanecer del mundo.

El dinamismo necesario para romper las murallas que no servían para nada y salir donde fuere. La necesidad de pensar en el colectivo, de evitar un futuro cataclismo mediante la simple, casi imposible pero totalmente humana, necesidad de conseguir el tercero de los lemas de la Revolución Francesa. Y con la fraternidad conseguir un esplendoroso día claro iluminado desde abajo como las nubes que ascienden del mar.

Y con la frase precedente, descubrir que, aunque se haya desvelado la última idea de la novela, no se desvela nada. Al contrario, se genera curiosidad y, como buen texto literario, no depende la obra de la información que pueda dar una línea, sino de la ambientación, recreación, tono y lugar al que se dirija el texto. Texto dividido en dos partes y que por no desmenizar ni destripar, el lector habitual de Julien Gracq encontrará el habitual tono, pero un movimiento que no se da en las otras obras de los años cincuenta.

Para los que no hayan llegado todavía a Gracq, están de enhorabuena. Enhorabuena en forma de ventana al amplio espacio literario del galo. Una ventana a una obra rica como pecas en construcciones de mundos literarios y que en Las tierras del ocaso encontrará la década luminosa del autor. Gracq, sin dejar de ser nunca profesor que en sus clases encuentra el sustento para seguir novelando, ahora que ya no imparte en directo, enseña a quienes se acerquen a sus líneas lo que la formación le ha dado. Y su quehacer logrado. Porque esta novela póstuma está cerca en la forma de abordar la historia a El mar de las Sirtes, para luego en su atmósfera rememorar Los ojos del bosque. Sin referentes claros sobre el lugar y tiempo, el libro no desea una historia intemporal, sino lo que la historia va dejando por sí misma.

Como una decantación del espíritu que deja de rastro, y sin ánimo de fijar nada, los episodios históricos. Lo que un buen prosista anhela, en Gracq se manifiesta a la vuelta de cualquier frase, después de un párrafo que empieza con una frase banal para dejar el poso que pocas experiencias logran. Novela para nada crepuscular; confirma que Las tierras del ocaso son esa plenitud escondida que tan bien alberga Julien Gracq.

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