(V.A.). Esta novela póstuma no solamente confirma al autor francés (muerto en 2007, había nacido en 1910) como uno de los grandes de la Literatura contemporánea, sino como un visionario, sin el que sería difícil entender a autores como Cormac McCarthy. Y, mutatis mutandis, cuanto Tolkien, ese autor tan seguido por la gente joven, representa. Esta novela, de algún modo continuación de El mar de las Sirtes (ganadora de un Goncourt, por lo demás rechazado por Gracq), es una metáfora de amplio recorrido de la Ocupación.
Extrapolada al Medioevo, Julien Gracq sitúa la acción de su novela en un país entregado al enemigo donde algunos rebeldes habrán de llevar adelante una acción opositora, ante una naturaleza opaca u opresiva que se adueña progresivamente de quienes la habitan, contrastada con un ambiente urbano a su vez integrado en el dramatis personae. Se ha hablado de Gracq como un escritor a lo Rembrandt, y no le falta razón a quien lo ha dicho. La pluma de Julien Gracq es pincel y esta novela póstuma (traducida por Julià de Jòdar para Nocturna, editora pequeña y muy exigente), una belleza.