(JACINTA CREMADES) Parece un milagro cuando en un desván aparece un manuscrito de un autor fallecido y además de los más célebres. Hace unos años se descubrió Las tierras del ocaso, novela de Julien Gracq (1910-2007) escrita entre 1953 y 1956 y más tarde abandonada por su autor en favor de otro libro, Los ojos del bosque, que trata el mismo tema de la II Guerra Mundial. Gracq estuvo cautivo como prisionero de guerra en Silesia, experiencia que marcó profundamente sus obras literarias. En sus novelas, -En el Castillo de Argol (1938), El mar de las Sirtes (1951) que recibió el premio Goncourt que el autor rechazó, o El rey Cophetua (1970)- reconocemos esa misma preocupación: personajes que se debaten en universos cerrados, en los que deben unir fuerzas e ideas para sobrevivir.
Reconocido por su discreción, Gracq vivía lejos del éxito que recibían sus obras. Su estilo lírico, a veces barroco, le hizo jugar con los mundos imaginarios para describir una realidad que definía como oscura. Descubrimos algo parecido en Las tierras del ocaso. La sociedad de “Bréga-Vieil” espera una invasión. Nada nos hace suponer que el autor habla de un momento ni de un lugar concretos, aunque todo apunta a que el autor habla del auge del nazismo en Europa.
El narrador de la novela, que adopta la primera persona, entremezcla, mientras recorre el país, bellas descripciones del paisaje con escenas de gran crueldad. Al enterarse de que se avecina una gran amenaza, decide huir del país con su amigo Hingaut. Le acompañan otros personajes con los que intentará ayudar a su país desde el extranjero. A lo largo del camino se enfrentarán a situaciones peligrosas y también a momentos excepcionales, deslumbrantes, que nos recuerdan los relatos de aventuras y grandes epopeyas. Por tanto, la calma se alterna con las escenas de mayor violencia, mostrando así las diferentes estrategias guerreras como una verdadera tragedia. ¿Tragedia griega? Quizá. ¿Quién ha dicho que no sea el pasado el que nos permita entender el presente?
Cuento filosófico, el interés de esta preciosa y preciosista novela se encuentra en la capacidad de Gracq para transmitirnos esta idea real e histórica del trágico ascenso del nazismo a través de un texto imaginario, mítico. La imprecisión de los datos espaciales y temporales permite sentir el horror desde un punto de vista más universal. La novela empieza mostrando el cambio improbable vivido por los habitantes de este lugar para luego sumergirlos en la monstruosidad, más parecida al infierno.