(ÓSCAR ESQUIVIAS) Estos días se celebra en buena parte del mundo lo que en España hemos acabado llamando "Día del Orgullo". Una persona puede sentir orgullo de mil cosas y por muchas razones, pero si se cita así, el "Orgullo" por antonomasia y sin adjetivos, sabemos que se refiere a la libertad sexual en su sentido más amplio y variopinto...
Hay personas que protestan porque esta efeméride se ha convertido en una especie de carnaval, pero deberían apreciar lo que tiene de indicador del nivel de tolerancia de una sociedad: no hace falta recordar que en muchos países la homosexualidad está castigada (incluso con la muerte), y en ninguno faltan los intolerantes. En la aparentemente amable España, todos los días se producen insultos, desprecios e incluso agresiones físicas a gais, lesbianas o transexuales. En Sevilla, por ejemplo, nadie se siente ofendido ante los escaparates llenos de publicidad de perfumes o lencería, con mujeres medio desnudas en posiciones estrambóticas y tórridas parejas de hombres y mujeres, pero ha bastado poner unas fotos en la Avenida de la Constitución con dos marineritos besándose en la boca para que algunos hayan puesto el grito en el cielo. Se ve que hay besos que molestan más que otros.
Otra cosa es que todos los actos del Orgullo sean igualmente interesantes, oportunos o plausibles. Yo, por ejemplo, odio los decibelios desbocados y los conciertos multitudinarios de música ratonera, pero, con todo, me gusta que se celebren estas fiestas y, sobre todo, que haya una manifestación llena de banderas arcoíris, alegría y reivindicaciones: es algo que debería convocarse en toda ciudad decente del planeta. En Sevilla, por ejemplo, tuvieron su cabalgata el 25 de junio, en Barcelona será el 8 de julio y la de Madrid se celebra mañana (este año está dedicada a las personas bisexuales, que deberían ser los seres más afortunados del mundo, con su envidiable pansexualidad).
Quizá por la cercanía de estas fiestas, he ido acumulando libros sobre mi mesa que tratan precisamente sobre los "amores periféricos" (le robo el título a Leopoldo Alas). Todos se han publicado recientemente y son de asuntos y géneros muy variados. Tengo mucho interés en leer, por ejemplo, la novela de Fernando J. López "El sonido de los cuerpos" (editorial Dos Bigotes, 2016), cuyo título me trae el recuerdo de los versos de Cernuda: "Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman, / parece como el viento que se mece en otoño / sobre adolescentes mutilados". La figura y el recuerdo de Cernuda también está presente en "La familia interrumpida" (Nocturna, 2016), una novela de Eloy Urroz que toma el título de la única obra de teatro del sevillano. Por su parte, Óscar Hernández Campano ha vuelto a publicar una novela ("El guardián de los secretos", Egales, 2016) después de un largo silencio de casi diez años. Cuando los escritores nos demoramos tanto en un proyecto es porque verdaderamente nos importa (o nos duele). También me esperan "Ábreme con cuidado" (Dos Bigotes, 2015), obra en la que nueve escritoras españolas actuales homenajean a otras tantas grandes figuras femeninas, como Carson McCullers o Gloria Fuertes; "Paris-Austerlitz" (Anagrama, 2016), la novela póstuma de Rafael Chirbes; o el manual "Quiérete mucho, maricón" (Roca, 2016) del psicólogo Gabriel J. Martín. Y puedo recomendarles con entusiasmo, porque ya los tengo leídos, el documentado estudio histórico "Tutta un'altra storia" (Il Saggiatore, 2015) de Giovanni Dall'Orto y la intensa y pasoliniana novela de Blai Bonet "El mar" (Club Editor, 2015, traducida del catalán por Eduardo Jordá).
Hoy mismo pueden encontrar muchos de estos títulos y saludar a algunos de sus autores en los tenderetes de la Feria del Libro LGTBIQ (sic), en la calle Augusto Figueroa de Madrid, de 17 a 22 horas.
Felices e ilustradas fiestas del Orgullo a todos ustedes.