(ÓSCAR BROX) Testigo directo de una época de desapariciones y horror. Élisabeth Gille construye en Un paisaje de cenizas una obra en permanente equilibrio entre la ficción y lo biográfico. Entre el repaso a esos días de persecución racial, cobijada en un hospicio dirigido por monjas, y la novela de formación. Por sus páginas desfila la miseria de un tiempo marcado por la derrota y la orfandad: la descripción de un ambiente instalado en el terror a las deportaciones, que la protagonista vive bajo el anhelo de reencontrarse con su familia.
Gille escribe con delicadeza, sin por ello sacrificar la intensidad de cada pasaje de su vida. La infancia amarga deja lugar a una adolescencia en la que la herida del Holocausto se hace, conscientemente, más visible. Inmersa en la realidad de una Francia que mantiene sus tensiones con el colonialismo en África, Gille dibuja la segunda parte del libro, su despertar a la madurez, desde la necesidad de hallar un faro que le permita entender el gran vacío que le acompaña en su vida.
En cada palabra de Un paisaje de cenizas resuena la experiencia propia de su autora, los dolorosos hechos reales que recubren la ficción. Por eso, leer a Élisabeth Gille permite palpar las heridas del tiempo, regresar a los lugares y escuchar las voces que se perdieron en los márgenes de la Historia. Recuperar el pasado para entender nuestro presente.