(JUAN VILLALBA SEBASTIÁN) 1919, París es un enorme tablero de juego, un gran Monopoly en el que las potencias mundiales se afanan por ganar la paz y repartirse el mundo, pero también es un excitante Cluedo de cruzados intereses, donde se conspira y cualquiera puede ser un asesino. Esta es la sugestiva propuesta del profesor, escritor y traductor, Carlos Fortea, con su original novela Los jugadores.
La conclusión de la Primera Guerra Mundial supone un antes y un después definitivo en el devenir del mundo, una ruptura radical con el pasado que supone la desaparición de los grandes imperios alemán, austrohúngaro y ruso, la irrupción de los Estados Unidos como primera potencia mundial y el advenimiento del fascismo y del comunismo como alternativas a la incipiente democracia liberal con la llegada al poder de los grandes dictadores del siglo XX: Stalin, Hitler y Mussolini. Es evidente tras la Conferencia de Paz de París ya que nada será igual, la ciudad es el tablero donde se juega la partida, la apuesta es el mundo y sus habitantes.
El tiempo demostró que sus acuerdos no supusieron, ni mucho menos, una solución, la ambición desmedida de los vencedores y su afán de venganza asfixiaron las economías de los perdedores hasta el punto de que la miseria y la humillación a las que los sometieron cerraron en falso una herida que volvería a abrirse de manera definitiva un par de décadas más tarde.
Los jugadores es una novela coral, sin un protagonista claro: los personajes históricos reales (el presidente Wilson, Lloyd George, Winston Churchill, Clemenceau, el economista Keynes, etc.) se mezclan con maestría con otros de ficción, algunos son españoles, como la periodista Laura Sastre, apodada «Carta Blanca», el especulador Jaime Alcoriza, y su amante, Marina Galván, o un misterioso reportero, Gabriel Cortázar, que en realidad es un agente español encubierto; otros son austrohúngaros, como el coronel von Klettemberg, o rusos, blancos y rojos. Todos, unos y otros, buscan algo: noticias para abrirse paso en un mundo profesional competitivo y difícil, más si cabe si se trata de una mujer; contratos especulativos y negocios fáciles; amor o un sentido a su existencia; información privilegiada para sus respectivos países; ayuda para restaurar el poder zarista o infiltrarse en la Conferencia de Paz, etc. Pero el mundo está cambiando y nada es fácil ni como parece, todos están metidos de lleno en esa gran partida, y los participantes, históricos y ficticios, conviven y se cruzan en sus movimientos. A partir de una serie de asesinatos, el comisario Retier (quizá el único personaje que intenta poner orden dentro del caos) iniciará una investigación que unirá de alguna manera los destinos de todos ellos y evidenciará los conflictos de intereses presentes en el nuevo estatus internacional que va a surgir a partir de la Conferencia de Paz.
Todos ellos son los «jugadores» de la partida política, económica y sentimental que se juega en los andenes, cafés, teatros y hoteles de París. Carlos Fortea con un lenguaje sencillo y elegante, dosificando con eficacia la información histórica, mediante las técnicas cinematográficas del montaje en paralelo y del plano contraplano, con unos diálogos tan fluidos como agudos, presenta de forma ágil y dinámica a sus personajes, históricos y de ficción, alternando con ellos los conflictos objetivos y humanos, internacionales y nacionales, colectivos e individuales, político-económicos y sentimentales, etc. En estos últimos, como no podía ser de otra manera, las mujeres juegan un importante papel y se convierten en las verdaderas protagonistas.
En puridad, Los jugadores no es una novela histórica, es una novela negra construida sobre un sólido entramado histórico magníficamente armado que otorga a la narración veracidad y realismo, en la que se mezcla a partes iguales enseñanza y entretenimiento, pero en última instancia la novela supone también una crítica a esa realidad tan española de especular y amasar ingentes fortunas que, como pompas de jabón, se desvanecen en el aire en un instante sin dejar rastro, son las conocidas en la actualidad como burbujas. Tras ellas tan solo dolor y miseria ¿Les suena?