(JUAN LABORDA BARCELÓ) Los tiempos cambian y las fórmulas se reinventan. Lo hasta entonces conocido muta de piel, pero no de esencia. Son los menoscabos de la inocencia colectiva los que ocasionan tal catarsis. Así lo supusieron la toma de Constantinopla por los turcos, la Revolución Francesa o el tema que nos ocupa, la Gran Guerra. Los jugadores bebe del espíritu de Lampedusa, "que todo cambie para que nada cambie".
En el interesado nuevo orden nacional se fragua el fondo reflexivo de esta novela coral situada en el epílogo de la conflagración, el Tratado de Versalles. En enero de 1919 no acuden a París únicamente los vencedores. También pululan por la ciudad plumillas de medio pelo, agentes secretos varios, académicas cabezas pensantes y especuladores sin escrúpulos, especialmente españoles. El papel neutral en el conflicto les reportó pingües beneficios, que el callar de los fusiles menguará irremediablemente. Estamos ante un fascinante escenario humano, de los desclasados a los idealistas extremos y apátridas recientes, pues algunos países desaparecieron tras la guerra.
La trama combina elementos reales y ficticios, sin traicionar nunca el espíritu de aquellos días. Un tiempo de bisagra que permite a Fortea dejar posos de profundidad, como la futilidad de las intenciones personales en el torbellino de la Historia. Y, en medio de todo, un crimen misterioso.