(ANTONIO UBERO) Tras la Primera Guerra Mundial, París se convirtió en el centro del mundo. Allí acudieron los líderes de las potencias vencedoras para intentar gestionar una paz que se les resistió durante más de un año. También andaban por la capital francesa los vencidos, contemplando cómo se desmoronaba su mundo mientras esperaban conocer las consecuencias de su osadía. París fue durante ese tiempo una ciudad multinacional, en la que no faltaron los españoles. aunque éstos no acudieron ni como vencedores ni vencidos, sino como administradores del gran negocio de la guerra que intentaban sacar rédito támbién de la paz.
Ese es el ambiente en el que se desarrolla la historia que narra Carlos Fortea en Los jugadores. Una novela coral en la que mezcla crónica histórica, intriga policíaca, romance y suspense político, difuminando las fronteras que separan la realidad de la ficción, para conseguir un relato vigoroso e interesante que se lee de un tirón.
Mientras los líderes del mundo debaten sobre la paz encerrados en sus diferentes cuarteles, un espía español intenta descubrir cómo afectarán sus decisiones al negocio que España ha mantenido con los contendientes desde su posición neutral; una misión que, con intereses bien distintos, coincide con la de un empresario de pocos escrúpulos que busca mantener su lucrativo negocio a base de generosas dádivas, y que llega a París acompañado de su reciente conquista, una intérprete de piano enganchada a su cartera. En medio de todos ellos, un misterioso asesino siembra el terror entre las delegaciones de los países participantes en la conferencia de paz, y mantiene atareada a la policía parisina que le sigue la pista tutelada por los servicios secretos y vigilada por un puñado de periodistas ávidos de noticias interesantes.
Todo ello compone un fresco que Fortea se esfuerza en ordenar para que el relato fluya sin contratiempos. De esa forma, construye la historia a base de diferentes escenas que, en algunos casos, confluyen en un relato común pero en otros son meramente tangenciales. A pesar de los muchos frentes, la narración es cohesionada aunque para ello emplee un excesivo esquematismo que resta profundidad al relato. El autor asume los riesgos justos en la construcción de una historia que podría dar mucho más de sí. Sin embargo, Fortea se contenta con fabricar un producto literario correcto al que se echa de menos algo más de alma.
Carencias, no obstante, que no le restan ni un ápice de interés a la novela. Más bien al contrario, pues permiten al lector abarcar con facilidad la enormidad de su propuesta, apreciando el rigor de la parte más realista y la fuerza de la ficción. Además es una novela que proporciona un buen material para la reflexión, al presentar una serie de cuestiones que determinaron el curso de los acontecimientos durante el siglo pasado.