(JUAN BOLEA) El traductor Carlos Fortea me anima a leer su primera novela, Los jugadores (Nocturna) y no tiene que insistirme porque conozco sus buenos haceres en el mundo de las letras y he disfrutado de sus traducciones de Thomas Bernhard, Günter Grasss, Zweig, Döblin, Keyserling, incluido mi buen amigo y embajador de la Expo 2008, Gisbert Haefs.
Los jugadores, novela de impecable factura, nos sitúa en la Conferencia de Paz de París, en 1919, donde un amplio elenco de personajes, desde grandes caracteres históricos como Churchill, Clemenceau o Wilson, comparte intrigas con un submundo de espías, traficantes de armas y especuladores. Un poco lo que sucede en cualquier guerra, incluidas las actuales. Pues no porque los yihadistas estén atentando contra Occidente unos cuantos países y ciudadanos occidentales van a dejar de comprarles petróleo barato ni venderles armas a alto precio.
Jugadores... Un término que sin duda sigue definiendo el tablero político en su esencia estratégica, y que genuinamente podemos aplicar al cónclave electoral que ahora mismo nos agita.
En los debates televisivos, por ejemplo, y en muchas entrevistas, los participantes adoptan un cierto aire, exactamente, de jugadores que no quitan ojo a las cartas del otro, para adivinar, si no han podido verlas, lo que hay detrás del envés de los naipes, de una promesa electoral, o de un nuevo punto en el programa del otro.
Los nuevos, en especial, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera se manifiestan como jugadores de riesgo, a quienes las fichas queman en las manos, y que van a muerte, a todo o nada, como si se jugaran la vida política en la ruleta electoral.
Mariano Rajoy, en cambio, más veterano y tranquilo, juega sus cartas una a una, sin perder demasiado ni pretender destrozar la banca.
Los jóvenes buscan la añagaza, la duda y contradicción del contrario, el farol propio y la ajena sonrisa de la suerte, mientras Rajoy, en su congelada calma, aspira a confundirse con la figura del crupier, con las normas del casino, incluso con las misteriosas leyes del juego.
¿Quién se llevará el premio gordo? El que más apueste, en principio, el que más invierta en talento y seducción, en compromisos e ideas. El que, justo en el momento de la verdad, deje de ser un jugador para convertirse en gobernante.