(ELENA HEVIA) Incómodo es un adjetivo que se repite machaconamente en cualquier retrato de Pier Paolo Pasolini (Bolonia, 1922-Ostia, 1975). Incómodo porque, como intelectual, como poeta, escritor, dramaturgo, pintor y director de cine -su faceta más conocida y popular- no dejó de golpear dialécticamente a una sociedad, la italiana de los años 60 y 70, la de los Años de Plomo y las Brigadas Rojas, que directamente le asqueaba.
Sus artículos interpelaban directamente a la Democracia Cristiana -y sus pactos secretos con la mafia-, pero también podía poner patas arriba los dogmas del Partido Comunista aunque él practicase un comunismo heterodoxo, concebir la sexualidad y sus contradicciones fuera del tópico o batallar contra el consumismo. Pasolini, contestatario compulsivo, no se callaba. Quizá por eso, la noticia de su muerte en una playa de Ostia la noche del 1 al 2 de noviembre, de la que ahora se cumplen 40 años, fue interpretada unánimemente en clave de conspiración. Como en las viejas novelas de misterio, demasiada gente quería ver a Pasolini fuera de circulación y la versión oficial -muerto a bastonazos por el chapero Giuseppe, Pino, Pelosi, un delito común-, era la más conveniente para todos. Al fin y cabo, a Pasolini le gustaban las relaciones desiguales con los chavales del arroyo, chicos rudos de los barrios subproletarios -en denominación de la época-, le iba el peligro y la nocturnidad. «Él se lo ha buscado», dicen que dijo Il Divo Giulio Andreotti. Punto y final.
Pero el futuro es tozudo y muchos de los males de los que se dolía el autor son, cuatro décadas más tarde, tanto o más evidentes que antes. Quizá por eso la figura del italiano nunca ha dejado de estar de actualidad en Italia. Su final lo ha convertido en una especie de santo laico y sus textos se renuevan con cada generación que busca hacerse preguntas. Pasolini hoy sigue siendo patrimonio de los jóvenes. En Italia, los libros y los homenajes no se han interrumpido y la prueba es que solo en la RAI se están emitiendo esta semana hasta 30 programas conmemorativos. Sin olvidar la película de Abel Ferrara que lo trajo de regreso con el rostro de Willem Dafoe.
En España, el aniversario pasoliniano también ha propiciado la aparición de varios libros sobre el poeta y cineasta y la reedición de algunos de los suyos. Uno de los más interesantes es Pasolini o La noche de las luciérnagas, de José María García López (Nocturna), una novela muy apegada a los hechos que puede leerse como una biografía y busca hacer un retrato completo del autor. «Me pareció muy importante -dice García López- ahondar en la infancia de Pasolini porque es ahí, en el conflicto con su padre, militar y fascista, un hombre hipermacho que le hace la vida imposible, y en el trauma que le produjo la muerte de su hermano durante la guerra, donde está el origen de un sentimiento de culpa que le persiguió toda su vida».
Y aunque la obra no tenga nada de novela negra, su desenlace camina hacia una posible resolución de su muerte mostrando algunas de las hipótesis y conjeturas que hoy se barajan en Italia. Está, naturalmente, la oficial que llevó al asesino a la cárcel. Expone el autor: «Pelosi cumplió condena pero es un tipo muy exhibicionista, que escribió dos libros para exculparse de un crimen del que se había inculpado al principio. Un día fue a la presentación de un libro sobre la muerte de Pasolini y aseguró que no se atrevía a hablar porque tenía miedo de lo que pudiera pasarle». Muchos intelectuales, criminólogos y periodistas están luchando para que se reabra el caso con las técnicas actuales. «Reciencientemente, entre los perfiles biológicos encontrados en el coche de la víctima hay cinco adns que no corresponden ni a Pasolini ni al chapero».
El caso Mattei
Otra de las teorías, por supuesto, es el asesinato de Estado: «Eso lo he introducido en el libro con cuidado, pero sí es una tesis que cada vez parece tener más peso. Pasolini estaba investigando la muerte no resuelta de Enrico Mattei, el padre de la industria petrolera italiana opuesto a la CIA y a las multinacionales que dominaban el sector petrolífero, las siete hermanas. Esas conclusiones iban a formar parte de lo que hoy es su novela inacabada Petróleo, en la que vinculaba a la CIA con los restos del fascismo y con la mafia. Además había mucha gente interesada en que no siguiera escribiendo sus artículos en Il Corriere della Sera».
El tercero de los posibles relatos es el más peregrino e implica una feroz voluntad autodestructiva, casi como si Pasolini, un ateo confeso marcado por un profundo sentimiento de espiritualidad sacra que le llevó a dirigir El evangelio según Mateo, hubiera decidido convertirse en un cordero pascual dispuesto al sacrificio. «Hay libros, como el de Giuseppe Zigaina, Pasolini e la morte, en el que sostiene esa idea. Pero yo no creo que buscara la muerte -rebate García López-, era demasiado vital para hacerlo. Lo que sí es cierto es que no se protegía, era más bien temerario».
Cuarenta años después, una de las pocas certezas frente a su fin siguen siendo las palabras que Alberto Moravia pronunció en su multitudinario funeral: «No hay tantos poetas en el mundo, en un siglo solo nacen tres o cuatro. Cuando este siglo se haya acabado, Pasolini será uno de los poquísimos que contarán como poetas».