(ROGER SIMEON) Hay una gran tradición de libros que abordan el tema de la muerte. Se preguntan sobre sus consecuencias, el miedo que genera, las dudas que plantea, las incertidumbres que siembra; proponen maneras para afrontarla, para entenderla, para paliar su dolor, para superarla… pero la propuesta de Kazumi Yumoto resulta interesante y distinta ya de entrada: ¿Qué significa la muerte para un grupo de niños de doce años para quienes, más allá de a través de la televisión y los videojuegos, ignoraban su existencia real? ¿Qué sucede cuando, de repente, alguien cercano a uno de ellos muere y descubren que la vida termina?
Un buen punto de inicio para una novela de narrativa ágil y poética.
Que, acto seguido, los tres amigos decidan espiar a un anciano porque han oído que está a punto de morirse y así poder ver, en directo, qué quiere decir morirse, es un giro brillante por parte de la autora.
“Un tío mío me dijo hace mucho, mucho tiempo que morirse es dejar de respirar. En aquel entonces, le creí. Pero ahora sé que no es verdad. Vivir es algo más que respirar. Y morir tiene que ser algo más que dejar de respirar.”
El mundo visto a través de los ojos de un niño es un lugar mucho más simple e inocente pero, también, mágico y lleno de sorpresas. Un lugar por descubrir de nuevo cada día y en cada pequeño detalle. Ya sean las sandías que los amigos devoran con fruición o el olor a pescado crudo del sushi que traen al anciano. La belleza de las pequeñas cosas que nos lleva a preguntarnos ¿cuándo dejamos de maravillarnos por las cosas pequeñas y nos obsesionamos con las insensateces de la vida adulta?
Gracias a la observación metódica y concienzuda del anciano, personaje huraño, desarrapado y solitario, la vida de los distintos personajes cambia radicalmente. Kawabe, un niño sin padre que se inventa una personalidad nueva para él cada vez que ve la oportunidad de ganar la admiración de los demás pero, sobretodo, de poder encajar en un grupo concreto, termina confesando que, en realidad, su padre no está muerto como todos creían sino que les ha abandonado. Rompe un tabú muy grande en una sociedad donde parece preferible la muerte antes que la deshonra de un divorcio.
Kiyama, el narrador del texto, observa como su cuerpo cambia y se alarga sin parar e intenta reconciliarse con su nueva fisionomía.
Yamashita, el amigo gordinflón e inseguro de quien todos se burlan, demuestra inesperadamente una gran seguridad afilando cuchillos.
Y el anciano cambia su vida apática y decadente y empieza a moverse más y a comer mejor.
Lo que había empezado como un acercamiento a la muerte venidera, deriva inteligentemente hacia un canto sutil y delicado a la vida.
“Tiene el don de expresar de forma muy simple cosas muy importantes”, afirma Kiyama refiriéndose a Yamashita.
Pero esta es, también, la sensación que provoca este libro: gracias al artificio de narrar la historia a través de los ojos de unos niños, la sencillez de su lenguaje, la curiosidad propia de su edad y la inocencia de los que empiezan a vivir, Los amigos nos muestra de manera muy simple (y atractiva) cosas muy importantes. Tanto las cosas buenas como las malas. Porque no todo es optimismo en la novela de Yumoto. El texto esconde múltiples capas de realidad que le otorgan mayor valor e interés porque, detrás de la historia de los amigos observando al anciano se dibuja una sociedad de padres ausentes que abandonan el hogar o bien trabajan hasta tan tarde que casi nunca ven a sus hijos y de madres que beben más de lo que deberían y que no quieren comer con sus maridos.
El retrato de la era post-postmoderna, de familias fragmentadas y hogares fríos. De capitalismo creciente y reestructuración social. Una combinación elegante de simplicidad, simbolismo y reflexiones en la que el paisaje se transforma en un elemento clave de la historia y el tiempo parece transcurrir a un ritmo mucho más lento, más tranquilo, más agradable y fácil de digerir. Donde podemos sumergirnos en la observación del crecimiento del jardín desvencijado del anciano que entre todos deciden arreglarlo. Un jardín que se convierte en un símbolo de esta nueva semilla de esperanza que ha empezado a florecer entre los distintos personajes. Más allá del futuro que pueda esperar a este jardín re-vivido, o sea, más allá de la muerte que espera al anciano, lo que realmente importa es el presente, son las ilusiones y los sueños.