(JAVIER IGNACIO ALARCÓN) Cuando leemos un libro que pertenece a una cultura tan lejana a la nuestra como la japonesa, corremos dos riesgos. Por un lado, dejarnos seducir por lo exótico del texto y omitir, en consecuencia, los lugares comunes en los que cae la obra, así como otros defectos que puedan existir en esta. Por el otro, podemos caer en el error de criticar el libro, guiados por nuestros prejuicios, olvidando la cultura que lo produjo. El lector de Los amigos (1992), de Kazumi Yumoto, corre estos riesgos. La novela cuenta la historia de tres amigos de doce años que, curiosos ante la muerte, deciden espiar a un anciano que supuestamente está por fallecer...
Es así como el excéntrico Kawabe, el “gordinflón” Kamashita y Kiyama, a quien llaman “espárrago” por ser alto y flaco, se dedican a vigilar a un viejo que vive en una casa descuidada y sucia. Durante un verano, estos niños cambiarán su perspectiva sobre la muerte y, en general, sobre la manera en que ven y viven sus vidas.
El libro gozó de un éxito incuestionable cuando se publicó originalmente, en Japón, hace más de veinte años (hasta tuvo una adaptación al cine) y todavía hoy recibe una buena acogida por la mayoría de sus lectores, incluidos algunos que se aproximan a la novela por primera vez en la traducción de José Pazó Espinosa, publicada este año por Nocturna. Es una novela de iniciación, dirigida a un público joven y que aborda el problema de la madurez a través de las reflexiones que los protagonistas hacen sobre la muerte. La anécdota resulta tan interesante como predecible: desde el momento en que leemos la sinopsis de la novela podemos imaginar no solo cómo va a terminar, sino algunos momentos claves de su desarrollo. Para no arruinar la lectura, no daremos detalles al respecto. Pero la historia resuena constantemente en nuestra cabeza: la hemos leído antes o la hemos visto en alguna serie de televisión o película. Los jóvenes protagonistas son los típicos preadolescentes, incómodos con sus cuerpos y sus vidas, que nos revelarán sus problemas y sus historias mientras nos adentramos en novela. Poco a poco, las cáscaras estereotípicas se quebrarán y nos permitirán ver el carácter verdaderamente humano de los personajes. Por lo menos, resulta claro que esa es la intención de la autora.
Más allá, para el lector novato esto no será un problema. El narrador sabe llevarnos con cuidado a lo largo de la historia, con un tono ameno y manteniendo siempre el interés del lector. De la misma manera, más allá de lo tópico de ciertos elementos, los personajes son redondos y las reflexiones que hacen nunca caen en la frivolidad. Por eso, incluso el lector experimentado, el que es capaz de deducir toda la trama en las primeras páginas, podrá aproximarse a un tema tratado hasta el cansancio, la muerte, de una manera fresca y nada ingenua.
Kazumi Yumoto, sin ser pretenciosa, aborda un asunto de alta complejidad y el resultado no decepciona. La construcción de la novela es precisa y la trama se desenvuelve sin problemas. Trata un tema personal para la autora y no le importa hacérnoslo saber. Quizá esa es la clave, más allá de las distancias culturales y de los tópicos en que pueda caer: este libro pretende acercarnos al mundo íntimo de sus personajes, que se revela ante nosotros y nos hace pensar, más que en la muerte, en la vida.