La naturaleza de la muerte (Mercurio)

05 de mayo de 2015

(MARTA SANZ) Esta novela tiene una extraña virtud metaliteraria: la de que nos preguntemos si conviene que exista una literatura destinada a un estereotipado y a menudo puerilizado público juvenil. Igual que los niños se enfrentan cara a cara con la precariedad y la putrefacción, pueden crecer leyendo a Stevenson sin anestesia. Yumoto habla sobre el crecimiento y la fractura de la pubertad, y nos remite a la muerte. En Los amigos el tema principal es la transformación de tres niños que migran de la infancia a la pubertad a causa del inexorable paso del tiempo y de las experiencias vividas en compañía de un anciano solitario.

La vivificación, la amenaza del acabamiento y la metamorfosis son las metáforas en las que se asienta el relato. También en la imperiosa necesidad de existir —incluso de morir— en compañía y en la pregunta sobre dónde se encuentra exactamente ese punto —núcleo, epicentro, punto g— a partir del cual los individuos comenzamos a morir. ¿Estará en la soledad, la enfermedad, la vejez, la ira, el maltrato en la infancia?, ¿en mirar lo prohibido?, ¿estará en una lucidez triste o en el trauma de haber vivido una guerra que es básico para comprender a varias generaciones de japoneses?

El arranque de la novela se sitúa en la posición, morbosa y voyeurística, de tres niños, Kiyama, Kawabe y Yamashita, que se ocultan junto al marco de una ventana para ver morir a un hombre que, por ley de vida, tiene que morir. Ellos no buscan presenciar la tragedia desatada o la espectacularidad de una muerte antes de tiempo. Quieren asistir a una muerte sencilla, natural: al oxímoron tragicómico de un fin poco extraordinario. Pero el hombre no muere y esa resistencia nos da la medida del tono agridulce de la prosa de Kazumi Yumoto. La vida aparece como un conglomerado de momentos tristes, violentos, cómicos, de minutos de luz y acontecimientos imprevisibles que, sin embargo, acaban en la previsibilidad de la muerte. Para la escritora, la muerte no es solo dejar de respirar. La leyenda —las religiones como forma de la literatura y acaso la literatura como modalidad “religiosa”— religa al ser humano con el flujo de la naturaleza y se convierte en instrumento de consolación. La capacidad fabuladora, las historias de fantasmas y la metáfora en torno a la escritura como procedimiento para conjurar el olvido constituyen un leitmotiv en el texto: el narrador de la novela, Kiyama, relata el inicio de su vocación como escritor que toma la palabra para no olvidar los rostros de las personas amadas; también es relevante el truculento relato de fantasmas con que aterroriza a los muchachos una de las cocineras del campamento. En lo narrativo confluyen la materia de la vida, las flores de cosmos con las que siembran el jardín del viejo, la consistencia de los cadáveres a los que hay que mirar de frente para constatar que la ausencia no va a ser una ficción, y a la vez la posibilidad elegiaca, la potencia frigorífica de esa palabra que nos ayuda a fijar el recuerdo y nos consuela mientras nos daña un poco. La autora de Los amigos no llega a cortarse con el filo de la sensiblería.

La limpieza de la prosa juega a ser naif y, aunque combina lo cómico y lo trágico, en ella sobresalen los momentos hilarantes: el miedo obliga a los amigos a ir juntos a hacer pis por la noche; Kawabe se ofusca siempre que le mientan a su padre desaparecido y empieza a asignarle alocadamente todo tipo de profesiones: bombero, piloto, actor secundario de mucho talento… La escritora logra con sutileza que los lectores reconstruyamos el entorno familiar de los niños y, sobre todo, perfila tres personajes entrañables: el gordo Yamashita que de mayor quiere ser pescadero como su papá; el irascible e imaginativo Kawabe, siempre con sus gafas; el espárrago Kiyama que lleva las riendas de la historia… El estereotipo físico de la pre-adolescencia nos deja imaginar los rostros maduros de los amigos, ya evolucionados, embellecidos o devastados por la acumulación de vivencias, por la escisión traumática que suponen las separaciones definitivas o temporales. Por las propias mutaciones de la amistad.

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