(ANTONIO UBERO) En ese instante que precede a la madurez, en ese preciso instante, irrumpen los enigmas de la vida que agrietan la frágil placenta de la infancia: el amor, la amistad, el porvenir... la muerte. El tiempo obra su hechizo y la mirada atisba nuevos horizontes que llaman poderosamente la atención. Es el momento de cruzar una frontera hacia un lugar en el que todo está por descubrir. Ese tránsito crucial es el que sirve a la escritora japonesa Kazumi Yumoto para relatar esta maravillosa historia de iniciación en los secretos de la existencia.
Tres niños, Kiyama, Kawabe y Yamashita, están a punto de enfrentarse al mayor de los misterios: la muerte. Tras regresar del funeral de su abuela, uno de ellos relata las sensaciones que ha vivido; fascinados por esa experiencia, se proponen ver morir a alguien y eligen a un anciano de quien han oído que fallecerá pronto. Los tres amigos deciden vigilar al viejo y acuden a diario a su casa hasta que son descubiertos. En ese momento nace una curiosa relación entre todos ellos que cambiará sus vidas.
El anciano, al principio suspicaz ante las intenciones de los tres amigos, termina por convertirse en una especie de mentor que, sin pretenderlo, les lleva a descubrir unos sentimientos hasta entonces desconocidos a causa de la enorme distancia que separa a los tres protagonistas de sus respectivas familias. Conforme arraiga la relación con el anciano, los tres niños comienzan a descubrir los vínculos sentimentales que cimentan las relaciones humanas, a la vez que convierten esa aventura en el elemento que da sentido a sus vidas y les prepara para afrontar los desafíos que les depara la vida.
Yumoto explora con una elegante sutileza todos los rincones oscuros del desarrollo humano. Habla del miedo, la soledad, el dolor, la pérdida, el desarraigo y, por supuesto, la muerte, de forma totalmente desapasionada, casi naif, ofreciendo un relato brillante que desprende un optimismo contagioso.
Los amigos se convierte así en una novela gratificante, de una sencillez arrolladora y evocadora, envuelta en una pureza que estimula el gozo de la vida. todo fluye con una placidez asombrosa, e incluso en los momentos más trágicos, que los hay, es posible percibir ese sentimiento pueril que imprime la inocencia de la mirada de un niño.
La escritora japonesa huye de estridencias y apela a la empatía por unos personajes rotundos y entrañables a los que liberados del imperativo del tiempo. Despojado el relato de convencionalismos, todos ellos se comportan ungidos por esa naturalidad de lo cotidiano, que sólo un observador atento, perspicaz y prolijo es capaz de convertir en gran literatura.
Esta novela surge de la propia experiencia de la autora, quien revela sus sentimientos en un epílogo tan sentido como el propio relato. Yumoto, como tantas y tantas personas, se pertrecha de un ángel de la guarda, uno de esos genios protectores que han de servir de guía a los vivos en su tránsito hacia la inapelable muerte. Siempre hay que tener un amigo en el más allá que nos libre del miedo, que nos conforte en los momentos más complicados de nuestra vida, y nos recuerde la importancia del amor. Ese parece ser el mensaje de esperanza que transmite Yumoto con esta esplendorosa novela.
Y en ese sentido, hay mucha sabiduría en ella. Yumoto demuestra poseer un conocimiento profundo de la naturaleza humana e intenta liberarla de atavismos, expresando esa necesidad de entendimiento entre las personas para así abonar el recuerdo, ese legado imperecedero que nos permite ser algo más felices.
«Quizá sea divertido ser viejo, porque cuanto más viejo eres, más recuerdos tienes. Y aunque el propietario de esos recuerdos se muera, los recuerdos permanecen, flotan en el aire, se disuelven en la lluvia y penetran en la tierra. Y a lo mejor entran después en el corazón de alguien que pasa por allí. Quizá los recuerdos sean también traviesos y les guste hacernos creer que hemos estado antes en algún sitio, cuando en realidad es la primera vez que pasamos por allí».
Esta bellísima reflexión del narrador, uno de los protagonistas de la historia, resume con sencillez el propósito de esta novela: ofrecer un sentido a nuestras vidas. Yumoto lo ejecuta con una destreza impresionante dotada además de ese ritmo musical tan vivo como unas veces como cadencioso en otras, producto quizá de su formación musical.
Desde luego que Los amigos atesora todos los ingredientes para ser una novela divertida, interesante y absorbente. Una lectura gozosa que estimula los sentimientos y ofrece una perspectiva esperanzadora de la existencia. Esta es una de esas novelas que proporciona una experiencia literaria tan poco habitual que la convierte en una lectura imprescindible.