Quien luego llegaría a ser admirado por los premios nobeles Thomas Mann y Herman Hesse nació en 1855 en la región alemana de Courland y murió en Munich en 1918. Aunque obtuvo mayor reconocimiento como narrador, también fue dramaturgo. Sus últimos años fueron aciagos: la sífilis lo deterioró hasta dejarlo ciego. Sus últimas novelas,
Olas (1911) y
Princesas (1917) tuvo que dictarlas, como años después haría Borges con varios de sus libros. Ya estaba enfermo cuando escribió
Un ardiente verano (1904), pero aún gozaba del sentido de la vista.
El verano no pinta nada bien para Bill: como castigo por haber reprobado un curso escolar, deberá pasar las vacaciones junto a su severo padre, y no con su madre y sus hermanos, como planeaba. El joven nunca se ha entendido bien con su progenitor, a quien considera un desconocido. El hombre suele pasar la mayor parte del tiempo viajando y los pocos días que se queda en casa solo tiene comentarios reprobatorios respecto de sus hijos. Bill se prepara, pues, para vivir el verano más desagradable de su vida. No imagina siquiera la experiencia transformadora de la que será testigo al lado de ese señor extraño y ceñudo.
Un ardiente verano me ha recordado mucho a
El solterón, novela del también admirado por Thomas Mann Adalbert Stifter (1805-1868), autor checo en lengua alemana. La editorial Impedimenta publicó por primera vez en español este libro de Stifter en fechas recientes. En ambas obras, el protagonista es un joven que deberá pasar una temporada, a costa de su voluntad, con un hombre mayor de su familia; esta experiencia revolucionará su perspectiva del mundo. También son comunes a ambos libros las constantes descripciones del entorno natural, que sin embargo nunca se vuelven protagonistas al grado de dejar de lado la historia que se narra. Dichas descripciones representan el alma sensible y curiosa del personaje principal, que en el caso de
Un ardiente verano, también funge como narrador.
La novela de Von Keyserling expone un conflicto siempre vigente: el enfrentamiento entre los deseos más profundos del individuo y las limitaciones que la sociedad quiere imponerles. Ese choque, que tiene consecuencias graves e imprevistas, marcará la frontera entre la juventud y la adultez de Bill, el protagonista. Este choque impactará también al lector, inmerso en una historia narrada con sencillez, pero con gran efectividad, sin distractores ni palabras de más que restarían sustancia a ese final doloroso y nostálgico que invita a reflexionar sobre nuestra naturaleza fragmentada y contradictoria, sobre nuestras luchas internas que, si el valor no se impone, acaban en frustración y angustia.
Gran acierto de la editorial Nocturna el de darnos acceso a esta novela sin desperdicio ni fecha de caducidad que pone el dedo en la llaga y recrea con acierto, sin truculencia, una de las batallas más duras que, a lo largo de nuestra vida, debemos librar los seres humanos.
* Un ardiente verano, Eduard von Keyserling, traducción de Carlos Fortea, Madrid, Nocturna, 2010, 106 páginas.
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