(JAVIER GOÑI) El escritor Jorge Eduardo Benavides (Arequipa, 1964) vivió la novela del joven trasterrado latinoamericano en Europa, un clásico de la literatura del otro lado, no como en París, Barcelona o en Madrid, sino "casi" a mitad de camino, en Tenerife, parada y fonda de su desasosiego viajero y vital —lo suyo fue un airearse, no un exilio político estricto, lo precisa—. Esta novela [La paz de los vencidos], que en Perú obtuvo el Premio de Novela Corta Julio Ramón Ribeyro —el gran cuentista peruano, exiliado y fumador en París, como mandan los cánones—, y que ahora viene a España, tiene las hechuras de un diario, su vía de escape, lo que le permite muy acertadamente trazar, de forma fragmentada, todo este entramado trivial de lo cotidiano.
Con nostalgias limeñas, que las hay, con mínimas referencias a los años de plomo del terrorismo de Sendero Luminoso, que las hay también, esta novela es, sí, una suerte de diario, el del joven latinoamericano, desorientado y a verlas venir, que trabaja en unos recreativos, que vigila ludópatas de media mañana y que aspira como todos —entre tabacos, tragos y charlas con mujeres— a ser algo, alguien: a ser escritor, vaya. Apolillado, como se ve, entre libros y silencio, parece que en esta novela hubiera recurrido a las convenciones del género del diario para hacer bulla, para anular su silencio. La bulla la meten todos los personajes que pululan por su vida, de día y de noche; estos personajes, el viejo profesor, desnortado y acabado —una gran creación—, Elena, la mujer perpleja de su amigo uruguayo (todo aspirante a escritor, y el narrador aquí lo es, aspira a encontrarse con la Maga de Cortázar o la Alejandra de Sábato, y acaba siendo de la mujer ajena paño de lágrimas, sin más recompensa), los conocidos de letras y de copas, hechos humo de cigarrillos nocturnos, además de los clientes con cicatrices de ludopatías varias: en este apartado está Belén, la hija de la mujer aficionada a las máquinas, que tanto prometía, la hija, y a la que —en mi opinión— deja escapar viva, literariamente hablando, claro está.
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