Esta novela representa uno de esos fenómenos incomprensibles que suelen proliferar en el negocio editorial, pues cuesta trabajo entender que una obra de semejante calidad haya pasado desapercibida durante tanto tiempo. Publicada originariamente en Perú por un sello español en 2009, y habiendo sido galardonada con el prestigioso premio de novela julio Ramón Ribeyro, no se supo de ella en la madre patria y ha dormido en algún rincón hasta que la editorial Nocturna le ha dado una nueva oportunidad. Desaprovecharla sería un grave error, pues estamos ante un auténtico homenaje a la literatura.
Jorge Eduardo Benavides es uno de esos escritores que no frecuentan las mesas de novedades, acompañando a las mil y una memeces con que las editoriales intentan aliviar las maltrechas cuentas de resultados. Es un literato puro que convive con otros de su misma condición a la sombra de los anaqueles más inescrutables. Tampoco goza del favor de la mercadotecnia de masas ni frecuenta los santuarios de la frivolidad. Pero puede que sea uno de los mejores escritores con el que se puede tropezar quien busca buenas lecturas.
La paz de los vencidos es una buena muestra de ello. Una novela en la que todo está en su lugar, en perfecta armonía con lo que el autor quiere transmitir y cómo lo transmite. Con una extraordinario dominio del lenguaje y gran destreza para elegir las palabras apropiadas que doten a la narración de esa vida que sólo los grandes relatos poseen, Benavides consigue extraer belleza de lo aparentemente banal. Una belleza embriagadora, capaz de remover los sentimientos, cautivar las sensaciones y aguijonear con saetas de sana envidia a quienes nos intentamos ganar la vida con las palabras.
La perfección en la obra de Benavides no es fruto de la técnica como de una espontaneidad creativa digna de un genio. Es un trabajo de orfebrería literaria en el que no hay imposturas ni dobleces: las palabras fluyen como un torrente engarzándose sin fisuras para construir un relato cuyo principal atractivo es su convencionalidad.
Benavides descubre al lector la épica de lo trivial con el relato de las peripecias cotidianas de un inmigrante peruano que sobrevive en Tenerife trabajando de vigilante en un salón recreativo, y que reparte sus inquietudes entre las personas que conforman su universo real y el recuerdo de aquellas otras que marcaron su pasado. Gente corriente e invisible para el común de los mortales, que arrastra el peso de una rutina que en manos del autor adquiere un cariz epopéyico.
Narrado en primera persona y en forma de diario, el relato conduce al lector hacia las profundidades de la intimidad del protagonista y, a través de él, de la del resto de personajes que conforman este fresco social en el que se representan la amargura, el desarraigo, las dudas y, por supuesto, el amor.
El narrador invita a lector a descubrir su existencia, haciéndole partícipe de sus dificultades para soportar un trabajo en el que "explotan a los currantes con una devota alegría de negreros del siglo XIX", del peso de un amor perdido, de las sospechas de una amistad que se pierde, de las dudas por un amor que podría ser, de la preocupación por las miserias de un viejo profesor sin alumnos, de la solidaridad con un escritor que nunca consiguió superar el éxito de su primera novela, o de la incertidumbre por la reacción de un amigo despechado.
Y todo ello sucede en esa atmósfera que envuelve a los suburbios de la existencia: viejos bares en esquinas invisibles, clubes oscuros y cargados de humo a donde se va a expurgar las penas con un vaso de güisqui y silenciosas conversaciones a ritmo de jazz, calles solitarias, buhardillas en las que el canturreo de una mujer desconocida alivia la soledad... La vida, al fin y al cabo.
Afortunadamente, con esta nueva edición de
La paz de los vencidos se hace justicia con una excelente novela con la que Benavides demuestra ya no sólo su pericia como narrador, sino que aún es posible disfrutar con la literatura.
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