01 de septiembre de 2014
(RECAREDO VEREDAS) No es esta, como parece indicar el título, la novela de un vencido. Aunque la derrota le rodee, el protagonista nunca sucumbe. No consigue otro trabajo que el de vigilante en una sala de tragaperras, pero mantiene la esperanza. Sobrevive porque es un buscador irredento de la belleza. Para su propósito, Benavides no elige la opción más fácil: escoge el diario. Entre las reflexiones y peripecias del narrador encontramos sus deseos –convertirse en un escritor consagrado–, sus éxitos y decepciones amorosas –una de ellas, sorprendente, protagoniza el giro fundamental de la trama– y los personajes que atraviesan su vida. En la cuidada composición de esos secundarios reside uno de los grandes aciertos de la novela.
Como en todas las narraciones en primera persona, la clave reside en el protagonista-narrador. Benavides logra lo fundamental: despierta empatía, consigue que el lector se reconozca en ese inmigrante que nos cuenta ocho meses de su vida. Utiliza un registro que refleja el carácter sentimental, aunque no cursi, de la voz narradora. No tiene vergüenza en expresar el amor, el miedo, la ingenuidad, sentimientos habitualmente escondidos.
Jorge Eduardo Benavides es un fanático de la palabra, que intenta que cada frase sea bella, que se ajuste a su concepto de literatura. Y con ello pone en riesgo la verosimilitud, aunque la verosimilitud no quede dañada, sino reforzada por la ambición.
La paz de los vencidos demuestra que la voluntad artística puede mantenerse incluso en las condiciones más duras.
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