Juana Salabert recoge los recuerdos de mujeres como Ana Mª Matute, Josefina Aldecoa o Julia Gutiérrez Caba, que vivieron la guerra siendo niñas
Ana María Matute tenía diez años de edad cuando, en 1936, comenzó la Guerra Civil española. Su vida y su literatura no se pueden separar de los horrores del conflicto. La suya, como la de tantos otros niños, fue una infancia robada y una adolescencia marcada por los traumas. Fue Matute quien calificó a sus compañeros de generación como los niños asustados: pequeños que veían y debían entender lo que, a su edad, era imposible comprender. Como Matute, Josefina Aldecoa, Margarita La Villa o Susana del Castillo, fueron testigos de esos años. Sus recuerdos, sus ilusiones rotas y su afán por salir adelante conforman
Hijas de la ira (Nocturna ediciones), un libro testimonio de un pasado que no está tan lejano como a veces creemos.
ESTHER GINÉS
MADRID
La escritora Juana Salabert (París, 1962), nació en Francia hija de padres exiliados. A ella, las terribles historias de lo que había pasado España durante los años 36 y 39, y de lo que vivió durante una de las dictaduras más longevas del mundo, le llegaron con "la fortuna de haber nacido en el exilio parisino"; pero Juana Salabert, ya desde niña, se preguntó cómo hubiera sido vivir una guerra como la española con esa edad. Décadas después, esa reflexión seguía viva en su interior, y fruto de ella es
Hijas de la ira (Nocturna), un libro que recoge las vivencias de mujeres que sí vivieron la contienda a esa edad tan difícil.
La propia autora afirma que esta obra trata "del drama y del trauma, de los horrores de la guerra, y de la herida sin cicatrizar de la represión ejercida por los vencedores".
Hijas de la ira es un libro sobre las niñas de la guerra, hijas de la República que no se exiliaron y tuvieron que crecer y formarse como adultas en medio de una dictadura que, además de estar marcada por su crueldad, obligó a la mujer a vivir a la sombra del hombre y a recluirse en los dominios de la maternidad.
Es un libro para escuchar voces, anónimas y conocidas, pero todas con testimonios similares. Un libro homenaje que invita a la reflexión sin apelar al dramatismo, sin que el lector encuentre en él rencor o victimismo, sino ternura e incluso humor. Las colas de racionamiento, los juegos de la época, la percepción del miedo... estos temas protagonizan los testimonios de las niñas de la guerra, ahora mujeres adultas. "Es importante conocer, recordar, saber. Y no por espíritu de revancha, sino por justicia, por respeto a la verdad y a la memoria histórica", dice Salabert en el prólogo de su obra.
De Ana María Matute a Teresa Azcárate, pasando por Josefina Aldecoa
Todos los testimonios de Hijas de la ira tienen algo inolvidable, una belleza que trasciende la dureza de sus palabras. Es el caso, de sobra conocido, de la escritora Ana María Matute (Barcelona, 1926), una de las mejores autoras que tiene este país, testigo excepcional de una época que marcó su literatura, llena de personajes que contemplan el mundo con una mirada asombrada. Quizás, el gran acierto de la novelista haya sido no perder nunca esa mirada de niña asombrada ("a veces creo que sigo teniendo trece años", ha dicho) con la que se enfrentó a esa época.
A ella le debemos narraciones desgarradoras del efecto de la contienda en la vida de una persona, algo que hizo en la narrativa más realista (
Los Abel,
Los hijos muertos), pero también en la fantástica (
Olvidado rey Gudú), y en sus últimos recuerdos de infancia, marcada por la tristeza de la posguerra (
Paraíso inhabitado). "Tal vez la vida es repetir siempre lo que en la infancia has vivido", escribe Matute en
Primera memoria, una de sus obras más tempranas.
Otra historia del libro es la de la escritora Josefina Aldecoa, a quien sorprendió la guerra a los 10 años, en un pequeño pueblo de León. Josefina cuenta cómo su primer contacto con la guerra estuvo marcado por el fusilamiento de su profesor, un librepensador que había inculcado a sus alumnos el amor por el aprendizaje, y que fue asesinado por haber politizado a su alumnado. Y después, la autora de
Historia de una maestra recuerda lo mucho que le marcó ver a los fusilados en las cunetas y a las mujeres que luego buscaban entre los cadáveres a sus maridos.
La escritora, que años después se casaría con el también escritor Ignacio Aldecoa, hace hincapié en la atmósfera de exaltación religiosa que surgió después de la contienda. "Yo creo que salimos adelante porque la juventud puede con casi todo, pero ¡cuánto nos arrebataron!", dice. "Hoy como ayer puedo decir, precisamente porque a varias generaciones de españoles nos han robado las vidas, y el siglo XX, que nada es más importante que educar a los niños en la libertad, la creatividad y el respeto", termina Aldecoa.
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