Recluida desde joven junto a su madre en el convento de las Descalzas Reales en Madrid, la archiduquesa Margarita -protagonista de
El corazón de la piedra, la última novela de José María García López- se acogía al régimen habitual de la alta nobleza dentro de la institución eclesiástica. Aunque sometidas a clausura, a la emperatriz y su hija nadie les hubiera podido impedir, por supuesto, salir a la calle. No tomaban los votos y sus habitaciones, desde luego, no parecían celdas, sino auténticas habitaciones palaciegas. Dada su condición, ambas realizaban audiencias con los principales protagonistas de la época.
De modo que sí: una mujer en hábitos puede dar material literario más que suficiente. "Desde luego -continúa José María García López-, mucho más que el que hubiera dado otro de los personajes principales, Tomás Luis de Victoria, aun cuando este era el compositor más famoso de la época". Nacido en Ávila, como el propio novelista, Tomás Luis de Victoria "es considerado en Inglaterra, por ejemplo, el compositor más importante del Renacimiento. Su música, desde luego -explica el escritor- es mucho más rica que la mayor parte de las piezas de su tiempo, sin ser demasiado innovadora (como no podía ser, en relación con el Concilio de Trento), pero lo suficiente para que hoy día resulte apasionante esa confluencia de voces y esa riqueza polifónica".
Sin embargo, su biografía, dedicada a la música, no permitía una amplitud de novela mientras que la de la archiduquesa metida a clarisa, con quien el músico mantuvo numerosos encuentros, sí. Así,
El corazón de la piedra se desarrolla "desde la imaginativa mente de Margarita, que a través de la música de Victoria va componiendo escenas y aventuras de lo que este pudiera haber vivido", apunta el autor.
En esas recreaciones sobre hilos de realidad, la última novela de García López desarrolla algunos de los grandes asombros, y gran parte de los horrores, de su época. Las ensoñaciones de la archiduquesa Margarita recrean la noche de San Bartolomé, la locura de Gilles de Ray y de Ersebet Báthory, Lepanto, la derrota de la Invencible, las epidemias, la expulsión de los moriscos...
"Margarita -afirma López García- es un ser lúcido. Sin descartar que tuviera una auténtica vocación, o que decidiera ingresar en las Descalzas Reales para acompañar a su madre, es cierto que ve de primera mano, a través de sus hermanos, brutales, desastrosos, lo feroz que puede ser el poder de un imperio. En este punto, también he querido dar una opinión sobre la supuesta grandeza de los pueblos cuando son grandes cuando, sin embargo, lo son a base de barbarie. Margarita ve lo fácil que es la muerte, los pactos interesados, las traiciones, las invenciones y tergiversaciones para defender la propia postura política... Ella entra en el convento muy joven pero está informada perfectamente de todo, y se va reafirmando a medida que va conociendo lo que pasa fuera. Nos parece sincera su actitud hacia la paz, y que al principio confiara en Felipe III... A su hermano Alberto, sin embargo, que gobernaba en los Países Bajos, le tenía una gran manía porque lo consideraba un continuo traidor (fue arzobispo, por ejemplo, pero luego se casó por conveniencia con una sobrina a la que ella quiera muchísimo)... Esa división que ella comprueba entre los mundos de hombres y de mujeres, es algo que le parece especialmente duro. En algún caso, incluso dice también que las monjas no deberían ocultarse, sino participar en la vida".
No es descartable que, dentro de este tiralíneas de hierro que dictaba los destinos femeninos -y que estuvo a punto de convertirla en la quinta esposa de Felipe II-, la archiduquesa Margarita escogiera el hábito como un refugio: "Aunque era una católica practicante y devota exagerada -comenta José Luis García López-, su gesto al rechazar a Felipe II fue muy valiente pero también algo casi impensable, que hubiera sido imposible, de hecho, si no hubiera sido asistida por su madre, aunque Felipe II era ya muy mayor. Ese rechazo, esa obsesión que tiene Margarita es bastante real, como se puede ver en la biografía relatada por su confesor, y que se publicó dos o tres años después de morir ella. A Felipe II lo comparaba siempre con su padre y creía que no era un gran hombre, y de Felipe III terminó pensando que era un pusilánime que no atendió de manera adecuada al gobierno. En esa biografía se ve también, por ejemplo, que insiste mucho en el tema de la mortificación. Probablemente, yo le haya atribuido al personaje más lucidez de la que tenía, y unos cuantos guiños inverosímiles con temas que pueden ser de actualidad, pero seguramente no sería tan moderna".
A veces, incluso el horror o el sinsentido del mundo se cuela dentro del convento, en episodios alucinantes dignos de los vuelos de Margarita: "Si las monjas de las Descalzas Reales pudieran leer esto, pensarían que soy un auténtico farsante porque claro, allí no sucedieron esas cosas. La mayor parte de las mujeres que entraban en las Descalzas Reales procedían de una familia noble, con lo que todas ellas tenían una historia anterior que siempre se prolongaba, aun en el interior de la clausura -prosigue García López-. Así que la representación del mundo continuaba dentro del convento, y por eso se dan muertes, alucinaciones, rituales extraños, suicidios... Todo aquello de lo que hay registros, en definitiva, en la Europa del momento. Hay una monja que huye, y que probablemente fuera una judía conversa, o la monja que queda en coma como 'embrujada' por un exceso musical".
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