(LUIS ALBERTO DE CUENCA) Allá por 1880 vio la luz en nuestro país una
suntuosa edición de
La dama de las camelias de Dumas Jr. enriquecida con
deliciosos cromos de Eusebio Planas y
magníficas viñetas dibujadas por Apeles Mestres. Es esa edición la que se reproduce ahora, en menor tamaño, por obra y gracia de un nuevo y entusiasta sello editorial, Nocturna, que ha encargado la traducción de la novela nada menos que a
José Manuel Fajardo. Para redondear la faena, el libro incluye un prefacio del inagotable
André Maurois, siempre entretenido.
El segundo Alejandro Dumas (1824-1895) era hijo del autor de
El conde de Montecristo y de Catherine Labay, una costurera. Su padre le proporcionó una educación tan esmerada como divertida: "Cuando se tiene el honor de llevar el apellido Dumas, hay que darse la gran vida".
Hiperromántica
La Dame aux camélias, escrita a los veintitrés años, tuvo un gran éxito cuando vio la luz en 1848. Años después el relato de los amores entre Armand Duval y Marguerite Gautier se convirtió en una pieza teatral, y antes había dado origen a
La Traviata de Verdi. Su autor no se cansaba de repetir -lo recuerda Fajardo- que la historia narrada es verídica, y sus personajes reales. Lo cierto es que, al margen de que Armand y Marguerite sean criaturas de ficción o procedan de seres auténticos,
La dama de las camelias transmite tal grado de cercanía con la realidad psicológica y social de la época que conmueve al lector. Y no deja de ser un hecho la apasionada relación del joven Dumas con Marie Duplessis, una joven bellísima que rompía corazones en el París de Luis Felipe y que murió de tuberculosis en 1847, año en que Dumas perpetró la novela. Hiperromántica por un lado, y prenaturalista por otro, es una obra maestra que resume el espíritu tierno y despiadado del siglo XIX.
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