Antes de entrar en materia, ¿la literatura infantil se ha despojado de ese prejuicio de ser etiquetada como de segunda categoría?
Nunca he creído en la literatura infantil o juvenil. Chesterton nunca fue para niños, por ejemplo, tampoco Dafoe, Conrad o Stevenson, ni siquiera Julio Verne, cuyo estilo es mucho mejor de lo que dejaban ver las traducciones en español... La literatura para niños es como el día de la mujer, menospreciarlos. Un niño debe elegir aquella literatura que le motive a seguir leyendo. Porque lo que no se debe hacer es obligar a leer. Yo me leí el Quijote con once años, y me encantó, aunque seguramente entonces no me enterase de nada. Pero ahora, como es lectura obligatoria, a la gente le cansa. Supongo que tiene algo que ver con esa especie de magnificación de la literatura, y con ese error de que las cosas que gustan son fáciles. No es cierto, ¡aprender cuesta un huevo! Eso sí, el que abre un libro ha abierto una mina sin fondo porque después de ese libro viene otro, y otro, y otro. A los niños, como a los adolescentes, hay que ofrecerles libros que les apetezca leer y que sean buenos, porque la mala literatura no lleva a ningún sitio.
¿Se menosprecia al lector más joven?
Constantemente. ¿Por qué se tiene que simplificar el lenguaje? Ahí está la clave, en respetar al lector, aunque sea un niño. Y el niño, o el adolescente, como el adulto, tiene que tropezar con palabras que desconoce y descubrirlas. Recuerdo cuando aprendí el significado de ‘grisú’, ese gas de las minas. Ese tipo de hallazgos, cuando preguntas o consultas otros libros para enterarte, son fabulosos, te abren el mundo y no se te olvidan. Si te dan el mundo abierto, ¿para qué lo quieres? En mis clases del máster de Radio obligaba a mis alumnos a leer sus textos tal y como los escribían. Si no habían colocado coma, no podías hacer pausa, si se les olvidó el acento no podían señalarlo... para sorpresa de mis jefes, funciona.
¿Libros como 'Harry Potter' han dañado la literatura para niños o han abierto puertas?
No he leído 'Harry Potter'. Pero creo que el gran referente sigue siendo 'Guillermo Brown', lo mejor que se ha escrito para niños nunca. Los niños pensábamos como él, los niños no son tontos. Walt Disney y la denominación de ‘esos locos bajitos’ han hecho mucho daño. Los niños son personas como tú, pero con menos referentes.
¿Qué diferencias encuentra entre niños y niñas?
A mí las niñas me fascinaban, eran veraces, valientes, seguras, mucho más inteligentes. Pero sobre todo, valientes. Cuando se las pillaba haciendo algo que no debían, nunca ponían excusas, lo asumían y lo reconocían. Las niñas de las que estaba enamorado de pequeño eran así, arriesgadas, buena gente...
¿Por qué, en ‘La noche de los lobos’, la historia se ambienta en la Edad media y con el contexto de la cultura celta?
Porque me encanta la cultura celta. Aunque me he inspirado en el ‘Príncipe valiente’, hice una pequeña investigación, somera, porque no disponía ni de tiempo ni de medios, para encajar los nombres que aparecen: los nombres celtas, son auténticos, al igual que los vikingos y los sajones. Tuve un pequeño aprieto con la gente del pantano, y finalmente decidí asignarles nombres gitanos. Había un antropólogo que sostuvo, algo que se daba por válido hasta el siglo XIX, que al llegar los celtas a las islas británicas se encontraron con iberos. Algunos huyen, la mayoría son exterminados. Según ese antropólogo, el rico folclore celta, el de los nomos, las hadas, etc. proviene de los iberos. Siempre ha sido una mitología por la que he sentido debilidad.
Ozias, el espectro, e Iva, la protagonista, se llevan bien pero ¿qué tal convivimos los adultos con los fantasmas?
Vivimos todo el tiempo rodeados de fantasmas... En los años cincuenta, en la Unión Soviética se hacía muchos experimentos con telequinesia. No hay nada menos científico que negar lo que no entendemos, tenemos que aprender por qué suceden las cosas y estar abiertos a cualquier posibilidad. No lograron demostrar nada, pero eso no significa que no se pueda dar la telequinesis. A mí me han pasado cosas raras en mi vida, y no digo que sean fantasmas pero hay ciertas percepciones que las achacamos a la casualidad porque no estamos entrenados para entenderlas de otra manera. Fantasmas hay, cambiando de registro, ese tipo de fantasmas que aparecen en tu vida cuando creías que habían muerto definitivamente.
Ozias, un fantasma un poco cobarde...
Cuando era joven me metía mucho en follones políticos, pero no entendía a aquellos que se jugaban la vida, y, más que la vida, la humillación, porque una cosa es que te peguen un tiro –aunque a nadie le apetezca- y otra muy distinta, y peor, es que te humillen. Y me sorprende que, cuanto mayor se hace la gente, más miedo tiene a morir. Así es Ozias, un fantasma que ya ha muerto, claro, y que tiene pavor y pánico a que sus moléculas pierdan tensión y se desintegre para siempre. No le gusta la experiencia del no ser, como diría Unamuno. Ozias es cobardón, pero es muy divertido y cuando hace falta está, que es de lo que se trata.
Por cierto, no termino de ver el título ‘La noche de los lobos’, que hace referencia a un pasaje, digamos, menor...
Esa escena desencadena toda la acción, pero te diré que no es el título original. El mío era ‘El collar de las cuatro verdades’. Pero en el mundo de la literatura, como en los demás, se trata de negociar. La editorial me dijo que ese título no era vendible. Bueno. Prefiero que me toquen el título al texto. En mi anterior novela tuve alguna diferencia porque, en un momento determinado de la trama, escribí: “el caballo hizo un extraño”. La editorial quería poner “un extraño movimiento”. No, un extraño es un extraño y punto. Tampoco es mi portada. Pero en toda negociación ceden las partes.
Por cierto, si usted tuviera en sus manos el collar de la verdad de Dama Bibiana, y quedase una última piedra por preguntar, ¿cuál sería la duda que disiparía?
Como al collar no se le puede preguntar, si no afirmar algo para que él diga si la afirmación es falsa o no, aunque sea una horterada, le diría: “la gente que quiero me quiere de igual modo”. Sí, eso querría saber. Pero Iva, que es un personaje maravilloso, que no he inventado yo sino que vino a mí, malgasta las cuatro verdades en cosas bobas. Y lo que me admira de Iva es lo bien que encaja sus fallos. Debería ser muy humano, tomarse la vida con más humor. Si sabemos que vamos a morirnos, ¿cómo no vivir con humor? Entiendo el consuelo en la lágrima, pero no todos gozamos de esa virtud...
Hay que leer más a Jardiel Poncela...
¡Por Dios! ¡Sí señor! Y a Aristófanes, que es igual que Jardiel, y a Chesterton, y hasta a Solojov, aunque tiene el problema de los rusos, que cada personaje se llama de mil maneras distintas. Recuerdo que cuando estaba leyendo ‘El don apacible’, los personajes que describía podían ser paisanos de Soria. No es ‘Guerra y paz’ pero no está muy por debajo de ella.
¿Le asusta la muerte?
Si no me voy a enterar... sólo quiero no enterarme, le tengo miedo al deterioro, pero no me perturba esa cosa unamuniana de “después de mí, ¿qué?”. ¿Y antes de mí? Qué más da. Tú eres tu memoria, si ella desaparece desapareces tú, no eres nadie. La gente prefiere quedarse sin memoria a morirse. Es lo mismo.
Senescal, duque Marcusia, el príncipe consorte, Iva, Dama Bibiana, Ozias, Rowan... ¿por cuál de ellos siente predilección?
¿Has leído ‘Contrapunto’, de Huxley?
No...
¡Pues tienes que hacerlo! Es una historia en la que caben personajes variopintos, un fascista, un músico, un pintor... bueno, pues todos los personajes, excepto Iva, soy yo.
Me gusta el tipo retraído que está estudiando en una choza. Me gustan algunos malos. Por ejemplo, en el ‘Dragón de oro’ se cuenta la historia de la invasión normanda, durante el último reinado de los sajones. Harold de Wessex, el protagonista, tenía todos los valores que un niño puede admirar: generoso, valiente, audaz, sensible, desprendido... al contrario que su hermano, un ladrón, asesino, canalla... Lo destierran a Noruega, y convence al rey noruego para que le ayude a recuperar lo que él consideraba suyo. Pierde la batalla y Harold, que es tan magnánimo, le perdona la vida, pero él rechaza la oferta. Él había escogido el otro bando y con el otro bando quiere morir. Es un cabrón, pero acepta su destino. ¡Ese tipo de personas me enamoran!
Es muy hermoso el pasaje cuando Rowan está a punto de morir e Iva se da cuenta, por vez primera, “de que el universo comienza más allá de uno mismo” (y que contrasta con ese pensamiento de Ozías que dice “¿qué voy a hacer yo sin mi?”). ¿Cuál es el momento en que los niños dejan de serlo?
No tengo ni idea. Recuerdo que, a los once años, como mucho, estudiaba entonces en el Ramiro de Maeztu, y de pronto apareció en nuestras vidas ‘el sacamantecas’, del que se decía que comía niños. La sensación de miedo era cerval. Como cuando murió Kennedy, los niños teníamos pavor a la guerra nuclear. En ese tipo de situaciones, cuando te sientes en peligro, cuando tomas conciencia de que no somos eternos, en definitiva cuando conoces la sensación de la muerte, se producen cambios brutales que te expulsan un poco de la infancia. En mi caso, parte del proceso de maduración fue darme cuenta de que lo que sientes no es fácil de transmitir. Eso me impactó muchísimo. Salir del cine con tu mejor amigo, con el que compartías juegos, y risas, y experiencia, y que resultase que le había parecido una bazofia algo que para ti era una obra maestra.
Si cada persona, como dice Iva, no es más que la frontera entre lo que ha hecho y lo que le queda por hacer, ¿qué cosas le quedan pendientes a Volpini?
Muchas. Hay muchas cosas que me fascinan, una de ellas es que el presente no existe, no puedes pararte en él, no existe de verdad. Es algo que va avanzando pero el momento justo del presente ya pasó. No hay tal cosa, según estoy diciendo esto ya no está. Savater, al que no aprecio mucho como persona pero al que respeto enormemente como pensador, dice que la persona es un proyecto en continuo proceso de sí mismo.
Es decir, aludiendo a lo de Savater, que uno puede ser un tonto estimulante...
Las valoraciones siempre son subjetivas. Hay gente que piensa que soy un capullo, y yo no lo creo. Alguien se equivoca. Y no soy yo. O sí. Es como las judías verdes...
¿Qué les pasa a las leguminosas?
Que no me gustan. Las odio. Pero a otras personas les encantan. Es algo subjetivo e irremediable. Como los juicios que hacemos. Por eso nos seduce la idea de la metempsicosis, porque en el fondo ansiamos conocerlo todo y experimentar todo, porque somos limitados.
¿Qué fue lo mejor y lo peor de su paso por la dirección de Radio 3?
Resultó una aventura muy razonada con un propósito meridiano: recuperar la ficción en radio. La literatura y la música son mis interesen principales, aparte del afecto. Queda cursi pero lo siento así. Habiendo afecto todo lo demás funciona. Pero la ficción quería hacerla yo, no decir a la gente qué y cómo hacerlo, sino meterme en faena yo mismo. Y lo conseguí. De hecho, se hizo una encuesta después de mi salida a propósito de qué echaba la gente en falta. ¿Sabes lo que echaban de menos los oyentes? La ficción. ¡Bien por mí!
Lo peor fue que le fallé a mucha gente. Cuando entré en Radio 3, en el año 79, había mucho dinero, mucho; cuando me nombraron director no había nada. Pero sí mucho trabajo. Así que muchos amigos o conocidos te llamaban para pedirte cosas que no les podías dar, pero tampoco tenías tiempo para invitarles a una cerveza y explicarles el porqué.
Contingencias que excedían de sus posibles...
Ya, pero es la misma excusa que le pondrías a alguien a quien no le quieres hacer un favor, que no se puede. Y la gente no sabe si mientes o no. Yo no mentía. He podido equivocarme, porque cuando uno toma decisiones, corre ese riesgo.
Hágame, para terminar, una recomendación musical y otra literaria...
‘Kaputt’, de Curzio Malaparte, que me ha encantado y canción... ¿por cierto, has visto la película ‘La kermesse heroica’? Pues no te la pierdas, divertidísima. Y canción... pues una de Arrakis, ‘Tenía razón’.
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