(ISABEL NÚÑEZ) El editor francés José Corti publicó
este texto en una trilogía,
La presquîle, que incluía
El rey Cophetua (ya publicado separadamente por Nocturna) y
La Route. Los tres textos aluden a ese tiempo de la espera prolongado inesperadamente hasta la distorsión, donde la sensualidad y el deseo se alternan con un peso sombrío y una inquietud llena de presagios.
Si en
El rey Cophetua esa oscuridad era la guerra (al fin y al cabo, Julien Gracq -1910-2007) luchó en la Segunda Guerra Mundial y fue prisionero), aquí lo terrible forma parte del misterio y se integra en la extraña geografía precisa del paisaje físico y el cambiante paisaje interior del protagonista, Simon.
Se ha dicho que Gracq celebró aquí el
Tristán e Isolda de Wagner (el preludio y la aceleración preamorosa posterior), que bebió del romanticismo, de Proust y del surrealismo. Y sin embargo, ese escritor comprometido y discreto que fue Gracq (militó en el Partido Comunista, pero lo abandonó al materializarse el pacto germano-soviético), que rechazó el Goncourt por coherencia (había escrito contra los premios) y que escribió en silencio durante décadas, cultivó siempre su propia poética.
En
La península apenas ocurre nada: Simon espera la llegada en tren de su novia Irmgard y, mientras, recorre la península de la Guérande y la dibuja con sutileza y precisión, en un romanticismo sin florituras ni sentimentalismos, un recital de metáforas e imágenes alegóricas y un aire de pintura de Hokusai contemporánea.
Las sombras del bosque, la atmósfera bulliciosa de la playa, la carga solar en las figuras que vuelven lentas del mar, las corrientes del aire y del ánimo, los pasos rápidos y sutiles entre el presagio lúgubre y la felicidad del deseo, las imágenes de Irmgard, su recuerdo a veces intenso como una presencia física, un paisaje sensual que vibra en un goce de pura musicalidad, aquí con la elegante traducción de Julià de Jòdar.
Del surrealismo toma la audacia metafórica y la conexión del inconsciente, del romanticismo ese paisaje dramático de Caspar David Friedrich, de Wagner el alma del preludio y la batalla del deseo, de Proust la fuerza de la evocación y la idea bergsoniana del tiempo, pero Gracq es único y su poética nos devuelve a Oriente sin olvidar nunca el humanismo herido por las guerras acontecidas durante el siglo XX.
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