Ya no quise informarme más sobre el caso real. Ni siquiera sé si tuvieron algún hijo. A mí me gustó imaginar que sí, que ella había tenido una hija con su primer marido; una hija que tuvo que sufrir la muerte de sus padres a manos del mismo hombre. No destripo nada contando todo esto porque ya se cuenta en las primeras páginas de la novela. No eran los crímenes lo que me interesaba, sino esos cincuenta años de convivencia entre ellos, esa deuda de sangre que ella contrae con el hombre que fue capaz de matar por ella. Imaginar ese medio siglo fue mi reto como novelista.
N. Una historia cuyo eje principal son dos asesinatos. ¿Qué parentesco guarda con la novela negra?
MS. Todo y nada. Si consideramos la novela negra como un género literario que ha de seguir ciertas reglas o requisitos para poder denominarse así, no guarda ningún parentesco. Si entendemos, en cambio, la novela negra como un género más abierto, el parentesco es absoluto. Yo adoro la novela negra. Hammett, Chandler y Simenon son tres de mis escritores favoritos. Pero también considero La vida breve, de Onetti, como una novela que le debe mucho al género negro. O Si te dicen que caí, de Marsé, por poner otro ejemplo.
N. El crimen y el castigo están especialmente presentes en
Bailes de medio siglo. ¿Hay lugar para la redención?
MS. Mis personajes quieren redimirse en todo momento, en cada página. Redimirse del tiempo perdido, del tiempo vivido, de la época que les ha tocado vivir, de la marginalidad, del propio país, de ellos mismos. Es precisamente el deseo de ser felices, de merecerse la felicidad, de forzarla hasta extremos desesperados, lo que les llena de impotencia y los conduce a la tragedia.
N. La historia acontece en dos lugares muy diferentes entre sí (Madrid y un pueblo de La Mancha), épocas distintas, con personajes de clase tanto alta como baja. ¿De qué forma han influido esos contrastes en el desarrollo de la trama y los personajes?
MS. Necesitaba esos contrapuntos. Según la mentalidad de Nilo, el pueblo es un refugio, un lugar donde poder esclavizar a su gusto a su mujer, lejos del bullicio, el libertinaje y las tentaciones de la gran ciudad. Además, el pueblo me permitía construir un personaje múltiple: el chismorreo. En cuanto al tiempo, la posguerra no se entiende sin las desigualdades sociales ni la injusticia, sin ese deseo de pertenecer como sea a una clase mejor no por gusto, sino por pura necesidad o supervivencia, no tanto por querer pertenecer a esa clase, sino para escapar de la propia. Asimismo, la llegada de la democracia, con su ley del divorcio, por ejemplo, no hace sino manchar de patetismo la dictadura en la que Nilo forjó su carácter, algo que él no está dispuesto a asumir.
N. Transcurre medio siglo y el país cambia. ¿Lo hacen también los individuos?
MS. No creo que lo invariable, lo verdaderamente importante y perdurable de los individuos, como es la pasión y las emociones, cambie al cambiar un país, ya sea a mejor o a peor. Emocionalmente, seguimos siendo los mismos seres humanos de la prehistoria, con el mismo miedo a la muerte, el mismo recelo a lo desconocido, los mismos instintos violentos, las mismas ganas de unirnos a alguien, la misma incomprensión, el mismo esfuerzo vano por hacernos entender. Por eso, en la novela, los personajes viven su particular conflicto de espaldas a un país que avanza en libertades, cuyos hechos históricos sólo se insinúan de forma somera e implícita.
N. En
Crimen y castigo, el personaje de Porfirio afirma que la cárcel aplaca al culpable. Uno de sus personajes pasa un largo tiempo en prisión. ¿Sale «aplacado»?
MS. Pienso que al contrario. Su estancia en prisión (pasa allí veinte años; su mujer, diez) es un puro trámite para él, casi un mérito. Él ha matado por ella. Ella lo debe saber y esperarlo a la salida. Y al salir lo único que desea es pensar que no ha pasado el tiempo, que siguen siendo los mismos, y obtener su recompensa en forma de boda y mujer obediente.
N. En un momento de la novela, Isabel, su único personaje infantil, admite que ella siempre miente por miedo. Y es una de las voces principales de
Bailes de medio siglo. ¿Hay más de ficción o de realidad en los recuerdos?
MS. El recuerdo no tiene por qué nutrirse de la realidad. Es posible tener recuerdos de hechos nunca vividos, o de sueños. Isabel tiene que reconstruir una historia familiar trágica, que es la suya le guste más o menos, y tiene que reconstruirse a sí misma sin asideros reales, desde las sombras, digamos. No está segura de nada, salvo de su propia confusión y de que le faltan piezas a la hora de componer una realidad que, cuanto más se adentra en ella, más se pierde y más ficticia se vuelve. Sus recuerdos, como los recuerdos en general, como esta novela también, parten de la realidad para después transformarla y convertirla en una ficción más verdadera que la realidad. O por lo menos más comprensible. Por mucho que algo sea verdad o mentira, la emoción que subsiste, y da igual si surge de un hecho real o ficticio, siempre es notable y creíble. Si esto no fuera así, si la ficción no despertara en nosotros emociones igual o más verdaderas que las que nos inspiran los hechos reales, estaría de más leer libros.
N. ¿Qué tres autores diría que le han marcado más como escritor?
MS. Juan Marsé, Juan Rulfo y Juan Carlos Onetti.
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