La editorial Minúscula publicó su estupenda novela
Olas en 2004, pero ha sido a partir de 2010 cuando otras editoriales —Nocturna, Erasmus y Navona— publicaron títulos tan señeros como
Princesas o
Aquel sofocante verano [
Un ardiente verano]. En 2011 han aparecido como en rápida sucesión las novelas
Beate y Mareile,
Los niños de los bellos días y
Casas en el crepúsculo; también, dos relatos:
Armonía y
Nicky; todo ello muy bien traducido al castellano —y no es fácil traducir a Keyserling—.
Elogiado por Thomas Mann y Stefan Zweig como un admirable predecesor, Eduard von Keyserling fue un autor elegante y crepuscular, de precisa y pulcra escritura, muy descriptiva y sensual. Romántico tardío e impresionista temprano, sus relatos apasionan por su redondez y sutileza. Siguiendo la estela de un Turguénev, radiografía conflictos matrimoniales típicos de un "mundo de ayer" en el que la pasión, asfixiada por el ocultamiento y la estricta moralidad tomaba de inmediato tintes trágicos.
Keyserling era natural de Curlandia (hoy en Letonia). Nació en el vetusto castillo de Tels-Paddern como vástago de una aristocrática familia de Junkers prusianos. El décimo de doce hermanos tuvo una infancia difícil y marginal; comenzó Derecho, pero abandonó los estudios y se dedicó a administrar sus propiedades hasta que, semiarruinado, se alejó de sus tierras curlandesas para terminar recluido en Múnich en compañía de tres de sus hermanas. Enfermó de sífilis a los 42 años y se quedó ciego. Solitario e hipersensible, se refugió en el mundo de los recuerdos de infancia y juventud. Dictava sus novelas a alguna de sus hermanas. Aunque retraído, como otro Marcel Proust, su enfermedad no le impidió participar a veces de la vida literaria del bohemio Múnich, donde coincidió con un joven Thomas Mann o con la irresistible Franziska von Reventlow.
Los personajes de Keyserling son aristócratas prusianos, estirpe en extinción con la Gran Guerra; viven en el campo en suntuosos castillos rurales; dan fiestas para casar a sus guapas hijas con refinados señoritos o atildados oficiales; bajo la aparente cotidianeidad, todos son más o menos desgraciados, felices sólo cuando las pasiones los reviven y los sacan de sus esferas de comodidad y nadería. Keyserling describe sus amoríos, adulterios, ilusiones, desdichas, algún suicidio o mucha resignación; y todo ello envuelto en nostálgicas reminescencias de un paisaje magnífico; las estaciones con sus colores y aromas —las novelas de Eduard von Keyserling se desarrollan en entornos rurales, jamás en la ciudad—, embriagan al lector que ve ante él inmensos campos de cereal, bosques tupidos y suaves o extensas llanuras nevadas iluminadas por un gélido claro de luna.
Quien comienza a leer a Keyserling, tal y como sucede con otros grandes autores —como Stefan Zweig, Joseph Roth, Sándor Márai o Irene Némirowsky—, leerá todo lo que de él caiga en sus manos, pues cada una de sus narraciones incita a devorar las demás.
(...)
Beate y Mareile participa del mismo ambiente entre bucólico y asfixiante; ahora es el impulsivo Günther von Tarniff quien, al enamorarse de una célebre cantante de baja cuna, pone en juego la aburrida paz de su aristocrático matrimonio; una armonía matrimonial que apresa sin remedio al protagonista del relato homónimo, casado con una esposa hipocondríaca, y ávido de un poco de vida sana y feliz. (...)
Los niños de los bellos días fue la última novela de Keyserling. De nuevo el verano, el amor sutilísimo y determinante, los celos y ese anhelo de vivir algo novedoso que ilumine lo cotidiano. Hoy las novelas de Keyserling nos transportan a un mundo caduco que él convierte en algo real y tangible. Bello y triste como una puesta de sol abrasadora, malsano como un apetitoso pecado. Una delicia leer a Keyserling.
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