Mis santas tías es una colección de ocho relatos que retratan algunos aspectos de la India contemporánea. Se trata, en general, de familias de clase alta, que en algunas cosas son modernas (hablan inglés, viajan…) y otras obedecen los dictados de una tradición racista, clasista y patriarcal: los matrimonios son arreglados, el respeto depende del color de la piel, las mujeres, subordinadas a sus maridos y suegros, sufren un matrato del que solo pueden vengarse alcanzando la condición de madres (de varones) o suegras, a los criados se les pega y humilla…
Esta realidad puede abordarse de muchas maneras, y Sharma elige para hacerlo la ironía, no ácida sino sonriente, impregnada de buen humor y comprensión hacia las debilidades humanas. Muestra por ejemplo a un intelectual que hace campaña contra los matrimonios infantiles, pero que cede, por debilidad, a la presión de las mujeres de su famila, que quieren buscar cuanto antes marido para su hija convencidas de que no va a ser fácil casar a una niña que (educada en las ideas progresistas de su padre) “no sabe bordar un pañuelo, cantar como es debido, preparar el pescado ni hervir leche sin derramar la mitad; lo único que sabe hacer es leer y escribir en inglés”. O a cuatro viudas que sin conocerse, coinciden en un tren, y tras hablar de sus difuntos maridos e hijos “brevemente, para guardar las apariencias”, abordan, “con ojos brillantes de regocijo”, lo que verdaderamente les interesa: la lista de sus dolencias (“acidez, alergias, asma, caspa, dolor de espalda, estreñimiento, forúnculos, gota, lombrices, tensión y verrugas”), en una enconada competición por ver quién las tiene más graves.
Como muchos escritores de países del Tercer Mundo, la actitud de Sharma hacia su patria es profundamente ambigua. Por una parte señala –sin énfasis, pero constantemente– la injusticia que preside las relaciones de clase y de género, y también el subdesarrollo, la crueldad, la miseria, la ignorancia, la superstición… Por otra, describe con deleite un mundo que todavía no ha sido –como lo ha sido el mundo occidental– “desencantado” por el poder, teórico y material, de la razón. Véase por ejemplo esta descripción de un equipaje: “Cerraron los baúles con dos candados enormes (…). A su alrededor apilaron innumerables cestas llenas de dulces, frutos secos y nueces. Por las esquinas en que se había deslizado el paño rojo de seda que las cubría asomaban bandejas de caramelos bañadas en plata (…). Encima habían acomodado cestas con mangos verdeamarillentos, guayabas y gruesos racimos de plátanos del mismo color. En lo alto habían colocado precariamente dos colosales frutos del árbol del pan que rodaban como borrachos en el vértice de la torre de la dote a medida que el tren empezaba a moverse. Sin embargo, no se cayeron: los sujetaban tres calabazas naranjas del tamaño de un balón fútbol. Los pocos espacios que quedaban los habían rellenado con nueces de areca, montones de hojas de areca y especias”.
Es una lástima –todo sea dicho– que Bulbul Sharma se haya contentado con un tratamiento de sus temas bastante superficial. Pero eso no obsta para que
Mis santas tías resulte un libro delicioso.
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