La pequeña Nell (revista CLIJ)

18 de noviembre de 2011

(JUAN TÉBAR. Revista CLIJ: Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil / n.º 244, noviembre-diciembre 2011) La pequeña Nell

(...) Hubiera sido más lógico empezar por Old Curiosity Shop, la novela que aquí se ha llamado Almacén de antigüedades o La tienda de antigüedades en diferentes ediciones. Pues esta popular historia empezó a publicarse por entregas en la revista El Reloj de Maese Humphrey en 1840.

Pero hemos preferido dedicarnos antes a Dombey porque es, como repetimos varias veces, un libro mucho menos conocido y nos urgía dedicarle su espacio en este Little Dickens, que no está resultando realmente tan little, al menos en extensión, aunque sí lo sea en cuanto a las pocas obras especialmente mencionadas.

Nell, su abuelo, el repugnante enano Quilp y el gracioso Kit, además de los muchos otros personajes que aparecen en esta road movie, fueron unas de las primeras criaturas dickensianas con las que entabló relación quien escribe este comentario. Primero Oliver, ya lo dijimos, enseguida la tienda de antigüedades, aunque, eso sí, no tuvo subrayado cinematográfico en nuestra experiencia, como la película de David Lean había enriquecido nuestra relación con «el hijo de la parroquia».

Siempre relacionamos al propio Dickens con el misterioso narrador de esta historia, que arranca desde las primeras líneas, contándonos sus paseos nocturnos, en uno de los cuales conoció a la pequeña Nell y la ayudó a volver a su casa.

Dijimos antes road movie al referirnos a este libro. Y es que lo es, antes de que el concepto y el término se manejasen como en los últimos tiempos. Pero bueno es recordar que las road movies existían, aunque nadie las llamara así. ¿No es una road movie el Quijote?

Nell y su abuelo caminan, piden cobijo, huyen de persecuciones, se pierden, dan vueltas a la vida. Con la propia amenaza del mismo abuelo a quien la pequeña protege. Porque una de las características más peculiares de la novela es cómo hasta su persona más querida puede convertirse en enemigo para la heroína de esta historia.

Nell personifica la abnegación. Las niñas de Dickens (así será Amy Dorrit) son más «buenas» que los niños. Me refiero, en términos convencionales, a que son mucho más sacrificadas, como los ideales o los estereotipos de la época parecían exigir. Esto no es óbice para que Nell sea, también, una de las criaturas más conmovedoras de la obra de Dickens. Los personajes de Dickens consiguen el milagro, como decía Chesterton, de ser a la vez inverosímiles y no poderse olvidar, dada la fuerza de su realidad más o menos increíble. ¿Otro oxímoron? No. Veamos lo que escribió José Méndez Herrera acerca de la verdad de Nell, que es la de otras ficciones de similar realismo:

«Y así como en Elsinore tiene su tumba la locura de Ofelia —hecha verdad por la ilusión del poeta—, así, frente al atrio de la iglesia de Tong, la pequeña aldea en cuya posada cambió de caballos una noche de 1838 la diligenca que transportaba a Dickens de Londres a Chester, se alza una piedra que señala la tumba de la pequeña Nell...».

Dickens ya había llorado (algunos «duros», como diría Cortázar, le reprocharon mucho su sensiblería al respecto, en lo que a esta novela se refiere, sobre todo) antes de hacerlo por la muerte de Paul Dombey. Y lo hizo al dejar morir inevitablemente a Nell. Inevitablemente, porque había muerto su cuñada Mary Hogarth, otra niña, esta vez en la vida, que marcó el corazón de Charles Dickens, y en sus reflejos literarios, el nuestro, que, para bien o para mal, no pertenecemos a esos «duros de la literatura».

Durante el vagabundeo del abuelo y la niña, la bondad de los desconocidos —concepto que ha inmortalizado Tenessee Williams por boca de su alter ego Blanche Dubois, pero que existía mucho antes de que el dramaturgo escribiera Un tranvía llamado Deseo— es la suerte de los caminantes que recorren el libro. Hay, también, la menor bondad de algunos otros, burócratas, titiriteros, oscuros perseguidores, interesados ladrones de bolsas y de honras... Y así el libro es melodrama de sentmientos y de aventuras, historia «de buenos y malos», con todo lo elemental y atractivo que tiene el género. Es una línea dramática que Dickens iría depurando, más lejos de sus antecesores literarios, y abriendo camino a sucesores de la narrativa.

Nell será siempre inolvidable, aparte de por la sangre Hogarth real que Dickens le insufló, por esa inocencia perdida en los caminos, que imagina la dicha de una amistad que no ha disfrutado, y sigue adelante protegiendo al viejo que la traiciona, a pesar del propio viejo... Una vagabunda que busca la luz a través de la maldición. Y que no sólo hará llorar a su autor, y a algunos de sus lectores, sino que permanecerá tan viva, gracias a esas lágrimas, como si nunca hubiera muerto. Ni siquiera la pequeña Dorrit, excelente personaje femenino de años posteriores, conseguirá la solidez de su encanto. Dickens también cultivó la mirada de las niñas. Aunque menos, claro. Los niños, o sea, la gran mayoría de sus otros protagonistas, eran él mismo.

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