N. La noche de los lobos es su segunda incursión en la literatura juvenil, pero también ha publicado relatos. A la hora de escribir, ¿encuentra alguna diferencia entre hacerlo para adultos y destinar el texto a los jóvenes?
FV. Hay una libertad, una alegría por narrar, vertiginosa a veces, de veras placentera. En el relato adulto tengo la sensación de que llevo más sujetas las riendas.
N. ¿Cuál es su personaje favorito de La noche de los lobos?
FV. Los «malos»: Bujilimí, los hijos del rey Nia Niar; pero percibo como más próximos a Iva y a Ozias.
N. Ha trabajado durante muchos años en Radio Nacional, estado al frente de Radio 3, creado seriales radiofónicos y escrito libros sobre la radio… ¿De qué forma han marcado esas experiencias su trayectoria literaria?
FV. La radio: humor, aventura, drama, es folletín y en él se aprende. Quizás me venga de ahí, al menos en parte, el gusto por el diálogo, por la narración rápida, por una aproximación visual a las historias (la radio es también, y sobre todo, imaginación). En lo que a los cuentos se refiere, mi inclinación por el relato muy breve, directo y, supongo, efectista.
N. En su novela aparece un curioso artilugio capaz de revelar si algo es verdad o no. ¡Suponga por un momento que cae en sus manos y sólo puede hacerle una pregunta! ¿Cuál sería?
FV. Hay que afirmar, para que el collar te diga si estás o no en lo cierto. Afirmaría: «Puedo seguir haciendo preguntas indefinidamente». Si la respuesta es «sí», sabría, además, cosas que ni siquiera he preguntado.
N. En La noche de los lobos se entretejen elementos sobrenaturales e históricos. ¿En cuál de los dos campos se siente más cómodo al escribir?
FV. Sin duda, en la fantasía, en la imaginación, en la recreación que aporta a lo que sucede algo que antes no estaba allí.
N. Los nombres de sus personajes son celtas, germanos, normandos… ¿Tiene alguno de ellos un significado relevante para la novela?
FV. Son personajes que comparten un mundo desde concepciones y experiencias distintas y que proceden de pueblos diferentes. Es lógico que, cuando menos, sus nombres respondan a esa procedencia. Hasta cierto punto he procurado que respondieran también a su carácter. Balder, por ejemplo, que viene del dios Baldr, a quien sólo el muérdago puede matar: un personaje soñador, atolondrado y que cae bien a casi todo el mundo.
N. ¿Cuál fue su proceso de documentación para La noche de los lobos?
FV. No ha hecho falta una documentación exhaustiva. He manejado datos que tenía bastante frescos. Alguna comprobación, alguna búsqueda y la ayuda de libros de muy fácil acceso. Mencionemos tres clásicos, siempre sobre la mesa: El ciclo mitológico irlandés y la mitología céltica, de H. D’Arbois de Jubainville. Los vikingos, de Oxenstierna. Y Las alucinaciones de Gylfi.
N. ¡Y para terminar! De todos los libros que leyó de adolescente, díganos tres con los que se quedaría.
FV. Todo Verne, con una preferencia marcada por La isla misteriosa. Me fascinó Conrad: El corazón de las tinieblas. El libro de la selva (o de las tierras vírgenes, se titulaba entonces), de Kipling; aunque ésas, como los maravillosos libros de Guillermo, son lecturas más infantiles que adolescentes —lo cual no implica, todo lo contrario, que no se puedan disfrutar de adulto—. En el otro extremo, ya sobre el filo de la adolescencia, Contrapunto, de Huxley, me marcó profundamente. Y detengámonos aquí, que se ha excedido el cupo en unos cuantos.