Un niño abandonado a su suerte y rodeado de almas corruptas. Éste es el escenario con el que Dickens desplegó su fuerza narrativa y descargó su carácter nervioso y disciplinado, generoso e impulsivo. Oliver Twist o David Copperfield, los protagonistas de dos novelas con muchos nexos comunes –la primera, un éxito de 1837, en sus inicios; la segunda, «el único libro que escribió de sí mismo», como dijo Chesterton–, pertenecen al imaginario universal: sus calamidades siempre serán moneda corriente en cualquier sociedad. Es el caso, en cuanto a la recreación de la infancia con carácter sentimental, de «La tienda de antigüedades» (traducción de Bernardo Moreno Carrillo), publicada por entregas entre los años 1841 y 1842, que ensalzó más si cabe la adoración popular por Dickens gracias, sobre todo, a la protagonista: el destino de Nell Trent, una huérfana bondadosa y emprendedora, emocionó no sólo a los lectores ingleses sino también a los norteamericanos.
Una fórmula con éxito
«Se contaba que en el puerto de Nueva York las tripulaciones y el pasaje se preguntaban de una a otra cubierta de los barcos que entraban y salían por la suerte de la pequeña Nell», apunta Andrés Trapiello prologando una edición de «Oliver Twist». Dickens acababa de publicar dicha novela, y otra también con personaje huérfano, «Nicholas Nickleby», a finales de la década de los cuarenta, así que las penurias de Nelly y su abuelo, dueño de una tienda de antigüedades, vinieron a enfatizar una fórmula argumental que había calado en la población. Esta vez no se trataba de describir un entorno en el que malvivía la gente, sino de tomar un punto emblemático –la tienda del anciano, la ciudad de Londres– para alargar esa ruindad a través de un viaje por Inglaterra. De tal modo que Nell, «sola, en medio de tanto mueble viejo, de tanta fea vetustez», decide que hay que irse de allí por las presiones económicas de un prestamista malvado, el jorobado y avariento Daniel Quilp, cuya descripción resulta memorable: «Parecía un enano, aunque la cabeza y la cara no habrían desentonado en el cuerpo de un gigante. Sus inquietos ojos negros eran astutos y maliciosos. Tenía boca y barbilla erizadas por una barba hirsuta, y la tez de quien nunca parece limpio ni sano».
Pocos autores en la historia han tenido tanta habilidad para la descripción. Stefan Zweig lo llamó «un genio visual». Los ojos del escritor inglés son penetrantes, fríos –nos sigue diciendo el autor–; ellos son la memoria visual de una época que nunca podría olvidar. Aquella en la que tuvo que emplearse en una fábrica de betún a los doce años porque a su padre lo encarcelaron por no pagar deudas, «corta con afilada hoja la niebla de la infancia».
El traductor de Pickwick
Otro admirador de Dickens, Benito Pérez Galdós, que tradujo «Los papeles póstumos del Club Pickwick», se había referido a «su admirable fuerza descriptiva, la facultad de imaginar, que unida a una narración originalísima y gráfica, da a sus cuadros la mayor exactitud y verdad que cabe en las creaciones del arte». Para comprobar lo dicho por estos insignes lectores, únicamente hace falta echar un vistazo a la escena en que Nelly y su abuelo dejan la tienda en plena noche, para no ser vistos. Al amanecer, conscientes de que prefieren ser mendigos antes de estar pendientes del acoso de Quilp, han alcanzado las afueras de Londres y atraviesan «casas humildes, divididas en cubículos, que tenían las ventanas parcheadas con jirones de tela y cartón, lo que expresaba elocuentemente la pobreza general que allí reinaba». Una vez han pisado el campo, otean la «vieja catedral de San Pablo, que surgía a través del humo» y toman camino con la esperanza de conseguir paz en el futuro. Aunque muy pronto se toparán con todo tipo de maleantes, buscavidas y sinvergüenzas que obstaculizarán la utopía que los ha hecho emigrar. Pero ¿qué función cumple el establecimiento de antigüedades? Ninguna, dado que sus personajes principales la abandonan en las primeras páginas. Pero Chesterton observa: «Sus novelas arrancan de alguna sugerencia espléndida de las calles. Y los comercios, acaso las más poéticas de todas las cosas, a menudo sirvieron para que se le echase a volar la fantasía. Por esa puerta penetraba Dickens en lo novelesco».
Sobre el autor
Tal vez el narrador más popular de todos los tiempos. Desempeñó oficios diversos hasta que el periodismo le abrió las puertas a la literatura.
Ideal para...
los que les gusta el género melodramático, las novelas muy largas con almas cándidas y malvados zafios, y un final desdichado.
Un defecto
El perfil de la protagonista es bastante inverosímil para la edad que representa.
Una virtud
La forma en que el autor conduce al lector por el Londres y la Inglaterra de mediados del siglo XIX
Puntuación. 8
El libro de la semana
«La tienda de antigüedades»
Charles Dickens
Nocturna
792 páginas. 27 euros.
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